Putare: con pantalón y sin maquillaje
Ser prostituta en los suburbios de Bogotá es un oficio mal agradecido, lleno de estigmas, miedos y, sobre todo, desinformación.
Crónica realizada para el Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre), con la profesora Laila Abu Shihab.
12 horas acompañando a una “chica de la vida fácil” me confirman que este submundo va más allá de cigarrillos, alcohol y sexo. Encuentro cada vez más inapropiado el término a medida que van pasando las horas. La prostitución sigue siendo estigmatizada y prioriza al cliente instintivo y “semental”, dejando de lado a las mujeres que ejercen el oficio.
Siempre he sentido curiosidad por las palabras y los mitos que relatan su origen. Putare, putandi y putatus: pensar, pensando y pensado. En la antigua Roma a los generales se les veía rodeados de chicas muy bellas que al mismo tiempo hacían el papel de damas de compañía. Aquellas mujeres sabían tanto de política como los generales, pues estaban en los momentos en que los hombres discutían sobre las leyes de la época. Estas mujeres eran conocidas como puttas, del latín muchachita y la connotación putare, por la sabiduría que ellas demandaban.
Hoy en día la palabra putta tiene un significado peyorativo. Cuántas veces hemos escuchado “se viste como una puta” o “tiene cara de puta”. A este término se les han asignado otros significados y es claro que cuando se dicen frases como estas, de manera indirecta, aceptamos comportamientos que se ajustan al pensamiento de la Edad Media, como la justificación de la quema de mujeres en la hoguera porque solo buscaban educarse, el derecho a decidir cuándo tener hijos o no tenerlos, el derecho al libre goce de su cuerpo. Este tipo de comportamientos hace que retrocedamos de manera exponencial en todo lo que se ha logrado en cuanto a empoderamiento femenino. Nuestras antepasadas lucharon por siglos entre revueltas, protestas y huelgas para que pudiésemos tener el derecho a sufragar, tomar la decisión de divorciarnos, tener propiedades a nuestro nombre, tener acceso a una identificación, entre otros beneficios que se han conseguido a lo largo de los últimos siglos.
Un Don Juan es un galán, pero Doña Juana es la mujer que limpia; el hombre atrevido es valiente, pero las mujeres atrevidas somos mal educadas, unas putas; un tipo con muchas mujeres es un ser al que hay que admirar, pero una mujer con varios hombres es una puta. Si tomamos la iniciativa somos unas putas, si nos tomamos las calles para reclamar por nuestros derechos o simplemente salimos a divertirnos somos unas putas, si tenemos mucha experiencia en la vida, somos unas putas.
Ser puta en una sociedad heteropratiarcal termina siendo un insulto. Lo que se nos olvida a hombres y mujeres es que las putas, las ‘fufas’, las prostitutas, las chicas de la calle, trabajadoras sexuales y demás sinónimos que tenga el oficio más antiguo del mundo, son personas que trabajan cumpliendo un horario, tienen jefes, deudas, familias, tienen una vida aparte de su trabajo, así como el resto del mundo. El problema radica en que a diferencia de quien trabaja en un empleo “tradicional”, estas mujeres en su mayoría no cuentan con las condiciones adecuadas para tener un ambiente laboral sano y apto para ellas.
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Son las 12:30 de la madrugada del domingo 19 de mayo. La Avenida Caracas está casi desierta, en la esquina del burdel hay un puesto improvisado de hamburguesas, allí paran taxistas, borrachos o clientes que salen hambrientos de la jarana. Con mi novio nos retiramos del putiadero ansiosos por ir a descansar, sin embargo, Antonia y Roberta no cuentan con nuestra suerte. Aún les quedan 5 horas de trabajo.
Doce horas antes, en la Caracas se siente el movimiento capitalino, peatones, transporte público, vendedores ambulantes. La ciudad está despierta y en la clandestinidad, en la mitad de una cuadra de ferreterías está el burdel donde Antonia y Roberta descansan, exactamente en la carrera 65 con calle 15. Esperamos que sea la 1 de la tarde para preguntar por ellas, el tiempo de descanso es preciado y más para una persona que trabaja en las noches.
Entramos y el aroma a Fabuloso mezclado con nicotina nos impregna el olfato, la música y las luces están activas, pero no hay clientes. Nos quedamos en una esquina esperando que alguien note nuestra presencia, no es necesario llamar mucho la atención. A los pocos minutos baja Juan Carlos, cuidador y administrador del local, me mira sonriente y me dice «Ya te las llamo». Desde una esquina y detrás de una puerta, de reojo sale Antonia, viste unos leggins de color negro con figuras blancas, una camisa rosa holgada hasta la cintura, en sus pies lleva unas sandalias negras y su cabello está recogido en una cola de caballo. Desde la esquina ella me observa, intento acercarme y ella sonríe dándome la bienvenida a lo que será nuestra entrevista. Nos sentamos en un sofá que está a la entrada del burdel y la veo cansada, tiene los ojos pequeños, «debe ser que estaba durmiendo», me digo a mí misma.
Antonia es una joven de 22 años que vino desde el Valle del Cauca con su hermana Roberta, que tiene 17 años. Llegaron a Bogotá a buscar oportunidades de trabajo, desafortunadamente ninguna de las dos ha terminado el bachillerato y eso hace que las oportunidades y condiciones laborales sean aún más limitadas. Desde los 15 años Antonia dejó su casa para irse a vivir con su pareja, quien es padre de sus dos hijos. La relación de Antonia y su novio se rompió y debido a una deuda que ella tiene con su expareja, desde entonces, año y medio, se ha dedicado la prostitución. Su hermana Roberta, al enterarse que Antonia emprendía el viaje a Bogotá, decidió acompañarla debido a que la relación con la madre era muy conflictiva.
La Secretaría Distrital de la Mujer (SDMujer) es una entidad que lidera, dirige y articula la formulación, implementación y seguimiento de políticas públicas para las mujeres, así como programas y proyectos que reconocen y fomentan las capacidades y oportunidades que ellas tienen en la capital de Colombia, entre otras cosas.
Según el boletín “Caracterización de personas que realizan Actividades Sexuales Pagadas en contextos de Prostitución en Bogotá”, publicado en el año 2017 y presentado por el Observatorio de Mujeres y Equidad de Género de Bogotá (OMEG), en la zona norte, Chapinero es el sector que lidera la cantidad de establecimientos que tiene personas realizando actividades sexuales pagadas, la zona centro la lidera la localidad Los Mártires, en la zona sur es la localidad de Tunjuelito y en la zona occidente, la localidad de Kennedy. El documento también afirma que la mayoría de trabajadoras son colombianas; sin embargo, al asistir a 10 establecimientos en la localidad de Chapinero pude observar algo totalmente distinto, en la mayoría la cantidad de extranjeras era mayor y había, sobre todo, venezolanas.
Con el objetivo de garantizar la protección de todas las mujeres que viven en Bogotá, la SDMujer ha habilitado la Casa de Todas, un espacio para personas que realizan actividades sexuales pagadas en la ciudad. En la Casa de Todas se brinda una atención integral, atención psicosocial, atención sociojurídica, asesoría educativa y pedagógica y arte-terapia, entre otros apoyos que son claves para que el oficio de la prostitución se considere un trabajo digno.
- ¿Sabías que existe un lugar de la Secretaría de la Mujer donde se brinda apoyo a las mujeres en condición de prostitución? Se llama la Casa de Todas, allá les ofrecen diferentes servicios y es totalmente gratis, le digo a Antonia.
Vi como sus ojos se iban abriendo, mostrando interés.
- No, no sabía mami, me mandas la dirección por el “whatsá”, me dice Antonia con ese acento característico del Valle del Cauca.
- Claro que sí, yo te la envío, es necesario que ustedes sepan de estos espacios, los dueños de estos sitios deberían darles información, después de todo son sus trabajadoras.
- ¡Qué va! A ellos no les importa, sólo les interesa que uno les haga plata. Por lo menos yo he venido teniendo un dolor bajito, pero no es porque esté en mis días y anoche me acosté por allá atrás un momentico, al rato llegó la dueña y me regañó que porqué no estaba trabajando. Yo sí le dije al esposo de ella que no me parecía la actitud y me dijo que me tomara una pasta, así solucionan ellos las cosas.
En el trabajo del OMEG, las personas que realizan actividades sexuales pagadas están bajo una categoría denominada violencias, en la que se reportan las respuestas de 2.758 personas (96.5%, mujeres; 2.1%, transgénero, y 1.4%, hombres) en las 19 localidades urbanas de la capital colombiana y 200 establecimientos. La pregunta realizada a ellas y ellos era por las situaciones vividas durante el ejercicio de la actividad. El 14.4% aseguró que ha recibido violencia física por parte de los clientes; el 12.9%, violencia sexual; el 9.9% ha vivido algún tipo de abuso policial; el 4.3%, violencia física por parte de los empleadores del establecimiento; el 3.4% ha estado retenido contra su voluntad dentro del establecimiento en el que trabaja, y el 3.2% ha tenido algún tipo de retención de su dinero por parte del dueño o dueña del establecimiento.
- Empecé trabajando en Palmira, pero duré muy poquito, estar allá fue un infierno mami, me dice Antonia bajando la mirada.
- ¿Por qué?, le respondo al ver que se queda callada.
- No tenían organización en nada, empezando por el jefe que a toda hora quería propagarse con uno, en sentido sexual.
- ¿Qué les hacía?
- A muchas las tocaba, excepto yo, fui la que marcó la diferencia porque recién llegué una china me dijo «vea, si usted quiere conservar su trabajo tiene que estar con el jefe» y yo no. Duré mes y medio y ese señor me multaba porque sí y porque no y las multas en estos lugares son de 70, 60 mil pesos.
- ¿Por qué las multan?
- Normalmente es por incumplimiento de reglas, digamos si usted se sale por fuera del horario la multan. Uno tiene que estar acá desde las 7 de la noche hasta las 5:30 o a veces 6 de la mañana.
Como los memorandos en las empresas tradicionales, las prostitutas también son sancionadas; sin embargo, esas sanciones son mucho más que un llamado de atención. Pueden ser multas que van desde 20 mil pesos hasta 200 mil pesos. Si tienen una relación amorosa o sexual con algún mesero, las multan. Si las chicas como Antonia, que viven en estos establecimientos, trabajan en otros sitios también son sancionadas. Para poder vivir de manera “gratuita” tienen que trabajar únicamente en ese lugar, esa es la condición.
Según la Administración Distrital, el 92% de las mujeres que ejercen la prostitución ha manifestado que la situación económica las llevó a realizar esta actividad. Sin embargo, la situación actual de estas mujeres no muestra un panorama alentador. En el mundo de la prostitución hay diferentes formas de ganar dinero, una de esas es el famoso “ficheo”, que consiste en acompañar al cliente y hacer que pida una cantidad considerable de licor a lo largo de la noche; esto se logra manteniendo al cliente entretenido, con charlas seductoras, bailando “pegadito” y con uno que otro beso. Por cada “ficheo” (botella que el cliente consuma) a ellas les dan 10.000 pesos. Otra manera es hacer mini shows en las mesas, por los que les pagan de igual manera 10.000 pesos. Irse a la habitación con el cliente cuesta de 70 a 80 mil pesos, de ese dinero a ellas les corresponde el 85% y al establecimiento, el 15%.
Si el día está bueno ganan 200 mil pesos aproximadamente, pero eso no pasa seguido, no al menos en el lugar donde trabajan Antonia y su hermana. La mayoría de veces está solo, ella no sabe que es peor: sí que esté lleno o que no lo esté. A Antonia no le gusta este trabajo, ella quiere irse lo más pronto, está cansada, quiere trabajar en algo diferente. «Esto no es vida, uno tiene que pasar por mucho aquí». El problema es que al estar a cargo de su hermana menor ella necesita tener algo estable para irse. Y cuando le comentó a su hermana la noticia de que pronto se irían de ese lugar su hermana se negó, le dijo que ella quería quedarse.
- Yo quiero terminar mis estudios, mi sueño es ser enfermera jefe. Necesito buscar un sitio para terminar mi bachillerato y luego estudiar en el SENA.
- ¿Y tú hermana?
- Ella me dice que quiere estudiar, pero es que no ha quemado la etapa, yo la veo muy desubicada y se va a estrellar.
- ¿Cuándo llegaron les pidieron algo para empezar a trabajar?
- Bueno, sólo los exámenes médicos, esos que a uno le hacen para que vean que no tenemos ninguna enfermedad rara. Les cierran el lugar si se enteran que uno trabaja así.
El motivo por el cual los dueños de estos lugares no piden ningún tipo de documentación es por el aumento de trabajadoras venezolanas, por la crisis migratoria venezolana en los últimos años y porque Colombia es el principal receptor de los que huyen del vecino país. Antonia me cuenta que cuando la policía va a hacer requisas, las menores de edad y las venezolanas se van durante el día. «Si a mi hermana la pillan, me meto en un problema terrible», me dice. Por lo general si hay un prostíbulo en un sector, hay más prostíbulos cerca, son competencia, pero también se ayudan entre sí. Se avisan si hay allanamiento en algún local y es así como las chicas pueden salir hasta que baje la marea.
Dejamos nuestra conversación ahí. Ya son las 4:30 de la tarde, «voy a intentar descansar un poquito más, intentar dormir, porque yo no puedo dormir en la noche», me dice Antonia con los ojos aún más apagados. Se despide y me dice que más tarde nos vemos, que vuelva a las 7 de la noche.
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Llegamos a las 7:30 de la noche y el lugar sigue sin clientes, pero hay 9 muchachas distribuidas en las mesas. Vestidos cortos, faldas cortas, camisas transparentes, tacones, maquillaje, cigarrillos y piernas cruzadas. Ya no huele a Fabuloso, el olor es sólo de nicotina. En una mesa que está al frente de la pista de baile está Antonia con dos muchachas, la saludo, pero no me siento con ellas, me dedico a observar. El mesero se acerca y nos pregunta qué vamos a tomar. «Una cerveza, por favor», y le paso al señor un billete de 10 mil pesos. «Señor, ¿me hace un favor? Anota esta cerveza como fichado a la muchacha que está allá sentada», señalo a Antonia. El señor me mira mal y me dice que no me alcanza, que la cerveza que pedí no aplica para “fichar”, que es de 20 mil en adelante.
Son las 9 de la noche y solo han llegado cuatro muchachos que no han durado ni 10 minutos, entran, piden una cerveza, miran y se van. Media hora después entra un señor de 30 años aproximadamente, se sienta, pide una cerveza y al rato llega una muchacha a acompañarlo, las demás muchachas voltean a mirar disimuladamente, casi con envidia. Ellas no eligen al cliente, prácticamente el cliente da las descripciones de la mujer que desea y el administrador, Juan Carlos, busca la que más se ajusta a los gustos del Don Juan.
A las 11 de la noche me siento con Antonia para preguntarle cómo está y me dice que regular, aparte de los dolores en el abdomen bajo, está muy dolida porque quiere traerse a una hija, pero necesita salir de ese lugar, tiene que conseguir otro trabajo como sea. «No he podido dormir bien, aquí donde me ve, me la pasé llorando toda la noche». Mientras que ella está apagada y pocas veces sonríe, su hermana está de pie bailando al ritmo de una canción de guaracha.
«Mami yo le recomiendo que se vaya, aquí no hay más que ver, pa’ qué va a quedarse hasta la madrugada, el día está flojo» Le hago caso, además mi mamá está preocupada, no le gustó la idea de que viniera a este tipo de lugares.
El domingo en la mañana le escribo para saber cómo le fue y dos días después me dice que mal, que ese día no fichó. Se irá pronto de ahí con o sin la hermana, necesita estar al menos con su hija ya que el niño prefiere quedarse con el papá y la abuela.
La otra cara de la historia
La cita pactada con Antonia era el día viernes 18 de mayo, asistí al lugar al mediodía y ahí conocí a Juan Carlos, el administrador, el cuidador del lugar y de las chicas. Ellas no estaban, se habían ido desde la mañana y no sabía a qué hora estarían de vuelta. Tiempo después Antonia se comunicó conmigo y se disculpó por incumplir la cita. «Mami discúlpeme, me tocó salir volada, mi ‘abue’ está muy enferma y estoy en el hospital con ella». Sé que puede ser una situación cotidiana y ahí está el punto al que quiero llegar; que tu abuela se enferme me puede pasar a mí y al que me lee en este momento, pero por alguna extraña razón hay personas que piensan que trabajar como prostituta o ejercer alguna actividad sexual pagada los exonera de estas situaciones.
En una sociedad que prioriza el bienestar de los que más tienen, en vez de tener empatía juzgamos a mujeres como Antonia e incluso las señalamos. En el momento de hacer este trabajo no puedo fotografiar a Antonia, ella huye de las cámaras, de ser vista. Todo por la presión que la misma sociedad ejerce sobre personas como ella.
Probablemente si el Estado y las entidades gubernamentales les exigieran a los lugares donde trabajan brindar unas condiciones laborales dignas y que estas mujeres tengan una educación mínima, probablemente varias decidirían dedicarse a otra labor. Y eso no convendría a los que se lucran con los cuerpos ajenos. Juzgar al otro por lo que decide hacer con su cuerpo es entrar al mismo circulo de siempre, la misma rutina que pone por debajo al que no es parecido a mí.