Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Las novias de Cristo

Una vez entraban, nadie las podía ver. Sus almas eran entregadas a la fe y al amor de su Dios Jesús.

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Reportaje realizado para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (Cuarto semestre-2024 I), bajo la supervisión de la profesora Estefanía Fajardo de la Espriella.

Una vez entraban, nadie las podía ver. Sus almas eran entregadas a la fe y el amor de su Dios Jesús. Pero, aunque no las vieran, ellas siempre estaban presentes detrás de las paredes orando para que el objetivo de la peregrinación se pudiera cumplir. 

Al lado de la Casa de Nariño, con paredes de piedra rústica, fachada y puertas de madera, rodeada por una reja de metal negra y policías que permiten la entrada al lugar se encuentra imponente lo que antes se conocía como el Convento de las Clarisas, la orden de Santa Clara. Al entrar se encuentra una pequeña oficina que no deja mucho a la expectativa, pero, en la parte de atrás, se ve una puerta, que ocasiona asombro a todo aquel que entre por ella. Adornado con pinturas, estatuas y reliquias el ahora Museo Santa Clara tiene una historia por contar con la voz de Laura Daniela Perdomo Ramos, guía del museo. 

“Santa Clara es la patrona del convento, fue cercana a San Francisco de Asís, con quien decidió emprender el viaje de la peregrinación. Junto a él, creó la orden de las Clarisas en 1212. A partir de esto Matías de Santiago construyó el convento de Santa Clara.” dice Daniela. El 7 de enero de 1630 las primeras clarisas salieron del hoy conocido Colegio León XIII hasta el Convento Santa Clara para clausurarse y dedicar su vida a Dios cumpliendo sus votos de pobreza, castidad, obediencia y clausura por 395 años. 

Las mujeres del convento ingresaban alrededor de los 14 años entregando su dote (2.000 pesos oro). Cuando las familias de élite tenían muchas hijas solían casar a la mayor, a las demás las mandaban a los conventos. Esto quiere decir que las monjas eran frecuentemente de la clase privilegiada y que una manera de asegurar la entrada al cielo y salvar su alma era donando dinero a la iglesia. Muchas de las obras que tiene el Museo hoy en día es por qué parte del dote se pagaba con pinturas, estatuas o reliquias. 

Los votos de las clarisas simbolizan que se casan con Cristo y que al morir se unirán con su divino esposo. Esto no llegaba a ser una relación carnal sino más bien un amor platónico. Las mujeres pertenecientes al convento no podían ser vistas por otras personas y mucho menos por hombres, para ellas todo su ser le pertenecía a Cristo y por ende le eran devotas. Era común que taparan su rostro con un manto negro y andarán por pasillos detrás de los cuartos principales para que pudieran caminar con tranquilidad desde la iglesia hasta sus habitaciones. Para escuchar la misa sin ser vistas las mujeres se situaban en el coro alto, lejos y privadas de la multitud. 

El museo Santa Clara, se ha convertido en icono por romper con la tradición de las iglesias sobre realizar eventos exclusivamente religiosos. En 1663 pasó a ser el Museo Iglesia Santa Clara, cuando en la Constitución de Rionegro el Estado se separó de la Iglesia. En 2014, el museo vivió una controversia por la exposición ‘Mujeres en Custodia’ de María Eugenia Trujillo, donde se mostraron varias custodias que representaban partes femeninas, una de estas representaba vulvas, esto hizo que el museo fuera censurado. Después de un tiempo, Santa Clara se independizó totalmente de la religión, convirtiéndose en un monumento de memoria y cultura colonial. 

Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo  
Museo Santa Clara, construido desde 1619 hasta 1647. 
Foto tomada por: Laura Valentina Franco Segura.  
‘El retablo mayor’, la Patrona Santa Clara rodeada de más santos.  
Foto tomada por: Laura Valentina Franco Segura.  
Patrona Santa Clara. En su mano izquierda sostiene el báculo del poder y custodia que demuestra su rol de abadesa y en su cabeza lleva una corona puesto que venía de la realiza italiana. 
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo.  
El embovedado. Con al menos 1.000 flores en forma de pentafolias talladas en madera y recubiertas en laminilla dorada está decorado el techo del antiguo convento. 
Foto tomada por: Laura Valentina Franco Segura.  
Señor de la humildad. 
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo.  
Pasillos por dónde pasaban las monjas para que no las vieran. 
Foto tomada por: Laura Valentina Franco Segura.  
Tribunal del pulpito y coro alto. El coro alto no solo se usaba para presenciar la misa, si no para que las clarisas más importantes tuvieran reuniones. 
Foto tomada por: Laura Valentina Franco Segura.  
Silla Frailera, tallada en madera y con cuero repujado y policromado con apliques metálicos del Siglo XVII. Las Clarisas hablaban y se confesaban frecuentemente con los padres debido a que ellos eran su forma terrenal de hablar con Dios. 
Foto tomada por: Laura Valentina Franco Segura.  
Exposición ‘Desde el perdón – Ofrenda’ de Consuelo Manrique. El tejido junto con la oración se consideraba para las Clarisas, el medio por el cual se lograba cultivar y alcanzar la conexión intima con Dios. 
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo.  
Cripta del convento Santa Clara. “Esta bóveda mandaron a hacer a su costa Juan de Capiayn y María Arias de Ugarte, patrona de este convento para su entierro. Año 1647.” Es lo que se encuentra escrito en la catacumba del convento, este lugar fue destinado para guardar los cuerpos de la clase élite y de las Clarisas que fallecían. Actualmente se encuentran los restos de 3.000 monjas. Esta cripta se encuentra justo debajo del altar de Santa Clara, se creía que entre más cerca se enterrará a alguien al altar, se estaba más próximo a la resurrección. 
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo. 
Coro bajo, sala funeral. El coro bajo era la sala funeral de las Clarisas que llegaron a ser relevantes en la comunidad. Las mujeres que fallecían eras puestas en la sala para ser contempladas a través de las paredes con orificios que tenía el coro bajo. 
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo.  
Corona de flores que se le colocaba a las monjas al fallecer. Esta era la única vez que se le podía ver el rostro a una monja.