Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Las dos versiones de la toma

En 1998, Mitú sufrió una de las tomas guerrilleras más violentas de la historia de Colombia.

Editado por: Sergio Enrique Jiménez Salazar

Crónica realizada para la clase de Taller de géneros periodísticos (Cuarto semestre-2022 II), bajo la supervisión del profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.

En 1998, Mitú sufrió una de las tomas guerrilleras más violentas de la historia de Colombia. Novoa y Mendieta son dos de los afectados de este hecho. Aunque tienen versiones opuestas sobre lo que ocurrió previamente, coinciden en el abandono que sienten por parte del Estado. 

A las 4 y 58 de la mañana se escucharon los primeros disparos de las ametralladoras. 

– TA TA TA TA TA TA.

–  TA TA TA TA TA TA.

– ¡BOOM ! …. ¡BOOM !

–  TA TA TA TA TA TA.

Era como un aguacero de balas, con bombas explosivas que hacían las veces de rayos. Una tormenta imparable que terminó arrasando con todo lo que se le atravesó. 

La balacera estuvo dirigida principalmente a un punto en específico: la estación de policía de Mitú. El objetivo era verla en ruinas y el fuego no cesó hasta que se alcanzó la meta. Fueron varias las filas de hombres que se aglutinaron a su alrededor. Vestían uniformes verdes camuflados que, esta vez, en lugar de ocultarlos entre la selva, los hacían más visibles e identificables. Estaban completamente armados y decididos a ganar la batalla. Cargaban ametralladoras y cintas de cartuchos que parecían interminables. Descargaron todo su arsenal contra la fuerza pública.

Fue una derrota anunciada de la que salieron vencedores los miembros de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC).

  • ¡Vamos muchachos! – vociferaba enérgicamente uno de sus integrantes, mientras lanzaba disparos indiscriminados con su metralleta al centro policial.

Los hombres armados se apoderaron de las cuadras y edificaciones contiguas a la Estación. Estas se convirtieron en las trincheras improvisadas de esta batalla. Sin embargo, su victoria no fue inmediata. Fueron varias las horas de fuego cruzado. Aunque la policía intentó resistir, no tenían los recursos para ganarles, o tan siquiera para soportar por más tiempo la arremetida. Fue un conflicto en el que se supo fácilmente quién iba a ser el ganador. El armamento del grupo al margen de la ley era más poderoso. La ametralladoras, granadas y cilindros-bomba fueron una combinación fatal para quienes se resguardaban en las instalaciones de la comisaría.

El día antes de la toma, Fabio Novoa Torres, oriundo de Villavicencio y quien llegó a Mitú en 1990, le advirtió al exgeneral Luis Mendieta sobre los planes que tenían las FARC. Para esa fecha el uniformado era el comandante de la fuerza policial de ese municipio amazónico. “Él no me quiso escuchar la noche anterior que yo llegué a buscarlo a eso de las 10 de la noche para decirle que venía la guerrilla”, cuenta el villavicense.

Novoa le transmitió el mensaje que había recibido de uno de sus trabajadores. En esa época, él tenía una finca que se encontraba dentro de la ruta que utilizó la guerrilla para llegar al municipio. Por la gravedad de la situación, el empleado no dudo en bajar la trocha para informarle a su jefe lo que había escuchado en su parcela. 

  • Viene la guerrilla con todos los fierros – le dijo.
  • Camine, vamos con el comandante de la policía – respondió Novoa.

Lo que no imaginó fue la respuesta que recibiría de Mendieta, quien, luego de que le contara lo sucedido, señaló:

  • ¡Que vengan! Yo espero a esos hijueputas. A mí, me importa un carajo. 
  • Viene la guerrilla. Lo que pase de aquí en adelante es culpa suya. Llame a su superior para que le manden un avión fantasma – le pidió Novoa-. Si usted hace esa vaina, no hay toma y sale ahuyentada esa gente.
  • Me importa un culo, que vengan. Que vengan los hijueputas esos.

El 01 de noviembre de 1998, el exgeneral se arrepentiría de sus palabras, pues fue en la mañana de ese día cuando los miembros de las FARC iniciaron la destrucción de la estación, asesinaron a personas y se llevaron a algunos rehenes. En términos generales, según información del Centro de Memoria Histórica, en el episodio estuvieron involucrados cerca de 1.500 guerrilleros del Bloque Oriental, que se tomaron durante 72 horas el municipio de Mitú, en la llamada Operación Marquetalia, que dejó 56 muertos (46 combatientes y 10 civiles) y 61 secuestrados. 

Aunque por esa situación, Novoa es certero en señalar que es una víctima de las actuaciones de Mendieta, es otra versión la que entrega el exgeneral sobre las continuas amenazas de la zona. Él sostiene que días después de que se posesionara como líder del cuerpo policial de Mitú, siempre advirtió el peligro inminente al que estaba expuesto el municipio en los Consejos de Seguridad en los que participaba. La mañana de ese 1 de noviembre de 1998 se encontraba descansando en la estación, luego de una extensa jornada que había terminado a las 2 y media de la mañana de ese día. No obstante, tan pronto sonaron los disparos, “tomé posición de acuerdo con nuestro plan de defensa de la población”- afirma el uniformado -. Los que estaban descansando tomamos los puestos de refuerzo y empezamos a defender la estación y las personas”.

El plan de defensa incluyó contrarrestar todos los ataques que las FARC dirigían a la policía con cilindros-bomba, bazucas, morteros y ametralladoras de gran calibre. “Nuestro personal durante todo el día se estuvo defendiendo y como resultado de eso 17 compañeros murieron. Unos quedaron destrozados y otros incinerados por el ataque”, cuenta Mendieta. Los guerrilleros también ingresaron a casas de la población civil y fusilaron a individuos en el área pública, agrega el exgeneral. 

A diferencia de Mendieta, Novoa sí busco medidas para protegerse. “El objetivo de la guerrilla en ese entonces eran los puestos de policía, no la población civil”, afirma. Se alejó de la zona más o menos 4 cuadras y corroboró que sus advertencias eran ciertas cuando escuchó los primeros disparos en la mañana. A las 6 AM todo el pueblo se estremeció con la primera explosión del cilindro-bomba. Desde donde estaba pudo ver la escena desoladora. Mientras los mituanos se alejaban para conservar sus vidas, los miembros de las FARC disparaban a diestra y siniestra para acercarse lo que más podían a la Estación.

A las 5 de la tarde de ese 1 de noviembre, la estación estaba completamente destruida. En ese momento un avión fantasma sobrevolaba las instalaciones y un policía, de apellido Rodríguez, que tenía comunicación con este artefacto, le informó al exgeneral:

  • Mi comandante, lo escucho, pero no tengo comunicación directa.

Pese a que el apoyo aéreo hubiera sido una gran estrategia de ataque, afortunadamente la comunicación falló y este no bombardeó la zona. De haberlo hecho, Rodríguez, Mendieta y sus demás compañeros no hubieran sobrevivido la explosión. Aunque resistieron el ataque, su futuro no fue nada prometedor. Lo siguiente que hicieron los guerrilleros fue tomarlos como prisioneros.

  • Si hacen cualquier mínimo movimiento, los matamos – les decían los miembros de las FARC a los de la fuerza pública. 

Luego de sacarlos a todos, los registraron y los llevaron cerca de una de las sedes del entonces Banco Agrario. Después, los pusieron en fila india hacia las orillas del río. En ese momento la mayoría pensó que los iban a fusilar, pues matar a las personas y tirar los cuerpos al agua era una de las prácticas acostumbradas de ese grupo. “En total 61 policías fuimos secuestrados inicialmente por la guerrilla. Unos duraron 2 o 3 años y otros aproximadamente 13 – comenta Mendieta-. En mi caso personal fueron 11 años, 13 meses y 7 días los que estuve como rehén”. 

Durante su cautiverio lo sometieron a él y a sus subordinados a tratos crueles, inhumanos y degradantes. Estuvieron en jaulas, que según Mendieta se asimilaban a los de los campos nazis de la Segunda Guerra Mundial. Las cadenas se convirtieron en serpientes venenosas que nunca se despegaron de su cuello, manos y pies. Era una carga que los desgastaba y que consumía sus fuerzas. Además, los torturaban ubicándolos en espacios donde había hormigas y los hacían caminar trayectos de días, semanas y hasta meses. 

Mendieta recuerda una de esas caminatas extenuantes en la que un carcelero, alias Sombra, se quedó mirándolos cuando regresaban al campamento.

  • JA JA JA JA JA JA JA- salían las estruendosas carcajadas de su boca, mientras ellos pasaban harapientos y llenos de barro frente al militar que lucía impecable y recién bañado.

Aunque ese episodio fue humillante, el peor fue el de la marcha de la muerte. “Por 5 semanas no pude caminar, me tocó arrastrarme por el piso, además de eso, tenía paludismo y diarrea que hicieron que ese tiempo fuera supremamente difícil”. Vivir en la selva era como vivir al filo de la muerte. Estar alerta a bombardeos y con el miedo constante de que un guerrillero agarrara el fusil y me gritara:

  • COMANDANTE, TÍRESE AL PISO, lo vamos a asesinar.

Como si esto no fuera una tortura impresionante, en otras ocasiones, los militantes agarraban una granada en su mano y le hacían el ademán de lanzarla dentro de la jaula. Era una intimidación recurrente que lo hacía tener los nervios de punta y estar en una zozobra permanente.

“Yo salí como a los 5 días luego de haber iniciado el conflicto, en un avión de apoyo de la Fuerza Aérea. Con mi esposa y 3 hijos. Con una mano delante y la otra atrás”, relata Novoa. Perdió la finca, el negocio de electrodomésticos, el restaurante, la cafetería y los locales que poseía cerca de la comisaría. Por otra parte, su expareja quedó completamente devastada, con problemas sicológicos que aún la siguen acompañando. Antes de salir del pueblo, el 5 de noviembre de 1998, asistió a la visita del expresidente Andrés Pastrana a Mitú.

  • ¿Ese era el cambio que nos iba a dar? – le preguntó Novoa al mandatario. Para aquel entonces el slogan presidencial era “El cambio por Colombia” y lo sucedido en el territorio desvirtuaba completamente esa promesa.

Salió desplazado por la violencia de Mitú a Villavicencio el mismo día de la llegada de Pastrana. Volvió a la casa de su madre y hermanos, quienes le tendieron la mano ante semejante dificultad. Luego, emigró de tierras llaneras a las bogotanas junto con su mujer y sus hijos para buscar nuevas oportunidades. Llegar sin rumbo fijo a la capital colombiana no fue sencillo. Gracias a la ayuda de un amigo pudo salir adelante. Empezó a trabajar en el Ministerio del Interior, apoyando las luchas por las clases menos favorecidas. Esos fueron sus primeros pasos en el liderazgo social.

En el 2001, bajo el gobierno de Pastrana, empezaron a realizarse varias liberaciones de los secuestrados. A través de un intercambio humanitario, salieron los policías auxiliares del grupo que lideraba Mendieta, quedando 7 oficiales y suboficiales en poder de las FARC. Pero no todos ellos fueron liberados.  En los campamentos murió el Capitán Guevara, por falta de asistencia médica, y Bonilla, fusilado por la guerrilla a causa de los episodios que tenía por los problemas siquiátricos que desarrolló mientras estuvo en cautiverio. 

La anhelada liberación de Mendieta ocurrió el 13 de junio de 2010. Ese día hacia las 11 y media de la mañana, cuando se disponía a recibir los alimentos, escuchó un disparo que rápidamente se convirtió en miles. Fue ahí cuando se dio cuenta que el Ejército Nacional había llegado a su campamento. “Nos tiramos y nos fuimos arrastrando. Gracias a Dios, yo y mis cuatro compañeros salimos vivos”. Cuando la fuerza pública controló la situación, finalmente se sintió aliviado. Era una sensación extraña, no podía creer lo que estaba pasando. Aunque muchas veces había imaginado su liberación, no creía que esta por fin se hubiera logrado. Recuerda como el Mono Jojoy continuamente le recalcaba a él y su familia que sería el último secuestrado en ser liberado.

  • Allá la familia del general, el último. Porque quién sabe si es que sale – le decía el comandante supremo del Bloque Oriental de las FARC.

Luego de asimilar la noticia, los siguientes sentimientos fueron de euforia y alegría. Se encontró nuevamente con su familia en El Comando Aéreo Militar, localizado en Bogotá. Fue una espera larga, pero placentera. “Después de casi 12 años de nunca vernos ni tocarnos, ni sentirnos, le di gracias a Dios, al gobierno y a la fuerza pública”. Después, empezó su proceso de reincorporación a la vida civil. Vivir intensamente el día a día de la mano de ellos. 

En la actualidad, Novoa trabaja como comerciante. Su residencia está en la localidad de Fontibón de Bogotá, y siempre está moviéndose entre esta ciudad y Villavicencio. Es un hombre que no deja su lucha por las víctimas, es consciente de su compromiso con ellas y por eso participa activamente en las mesas de trabajo que organizan. Cuando sucedió la toma de Mitú, perdió cerca de 500 millones de pesos. A la fecha tan solo ha recibido 40 como indemnización. Es un crítico de las administraciones locales porque considera que no han desarrollado soluciones eficaces que beneficien a quienes han sido afectados por la violencia. Aunque ha recibido cerca de 5 amenazas de muerte, le sigue apostando a generar espacios para el desarrollo de una política social. Su logro más notable es haberle ganado unas elecciones locales a la guerrilla en un territorio colombiano de la Amazonía llamado Nicarugú.  “Eso fue lo que me llevo a ser un objetivo militar”, cuenta Novoa.

Luego de su liberación, Mendieta estuvo comisionado en Madrid por 2 años. Cuando regresó al país de manera indirecta le solicitaron pasar su carta retiro de las fuerzas policiales. Una vez aprobada, trató de buscar otra alternativa laboral. Sin embargo, su búsqueda nunca fue exitosa. “Infortunadamente, por el antecedente que tengo, de que estuve secuestrado esos 12 años, como otros, he sido excluido, marginado, estigmatizado y separado de la sociedad”. A futuro planea tener una representación política para trabajar en contra de estos temas. Pasa su vida entre el campo y Bogotá, a la que solo acude por actividades exclusivamente necesarias.

Pese a que la versión de Novoa y Mendieta difiere en el origen, ambos son víctimas del conflicto armado colombiano. No se podría decir que la vida de uno fue más difícil que la del otro, pues cada uno sabe la dimensión de sus pérdidas y dolores. Al entrevistarlos vislumbré que tienen puntos comunes. Denuncian el abandono de un Estado que se ha concentrado más en los victimarios que en los afectados. 

A Novoa lo conocí personalmente el pasado 30 de noviembre de 2022, en el lanzamiento del Sistema Integrado de Información de Paz, Víctimas y Reconciliación de Bogotá. Una apuesta de la Alta Consejería Distrital por cuantificar y categorizar las personas que habitan en la ciudad y que son víctimas del conflicto armado colombiano. Allí, fui testigo directo de su templanza y tenacidad a la hora de exigir garantías al gobierno distrital para esta población. Pude presenciar de primera mano su carácter decidido como líder social y defensor de los derechos de las víctimas. Rescato las siguientes frases de la intervención de Novoa en el evento: 

  • Si nosotros somos las víctimas. Nosotros tenemos miles de necesidades. Como ustedes lo saben la Alta Consejería no se ha dignado a atenderlas.
  • A las víctimas nos dejan… ¿Dónde está el pronunciamiento de la Alta Consejería al gobierno sobre la situación de las víctimas? Nos tienen relegados, por allá… en el último rincón. Nadie habla del goce efectivo de nuestros derechos… En este momento somos desaparecidos. No existimos. 
  • ¡De por Dios! ¿Qué es lo que esperamos de estas instituciones? Aquí lo único que hacemos es patalear y patalear. Parecemos remolino en corcho y así nos la vamos a pasar. ¿Dónde están los resultados de vivienda, proyectos productivos, universidades y retornos de ubicación?

En ese lanzamiento, a las palabras de Novoa, se sumaron las voces de otras víctimas como Lizy Jiménez, Doris León y Marta Rentería. Al igual que con Mendieta, supe que, si bien pronunciaban palabras diferentes, todas ellas coincidían en ese sentimiento de abandono por parte del Estado colombiano. Se sienten revictimizados, vulnerables y excluidos. Siguen pasando necesidades, no cuentan con oportunidades y son continuamente amenazados. Al tratar de recapitular estas sensaciones comprendí lo que me dijo Novoa cuando, al terminar la entrevista, nos estrechamos las manos y me dijo “una cosa es vivir el conflicto desde el territorio y otra desde el escritorio”.