Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Revista Popov

El circo es un espacio que está presente en todas las personas y todos los lugares, esperando a ser descubierto para iluminar el mundo.

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Revista realizada para la clase de Introducción al lenguaje periodístico y Diseño de la información (Tercer semestre-2024 I), bajo la supervisión de los profesores Estefanía Fajardo de la Espriella, Jairo Iván Orozco Arias, Orlando Valencia Sarmiento.

El circo no es solo una carpa ni un semáforo; es la esencia de cada persona que lo vive, va con ellos y se esparce por donde quiera que vayan. Es una celebración de la vida, donde toda alma curiosa está invitada. Popov está dedicada a las personas que lo han dado todo por celebrar la vida a través del circo. Aquí se recogen solo algunas de las vivencias de estos artistas, en un esfuerzo por contagiar al lector de la belleza y magia circense que rodea cualquier acto.

El maestro Oleg Popov, cuyo nombre está inmortalizado en esta revista, decía que “la vida es como un bosque, nunca se puede ir en línea recta”. Desde el inicio, estas historias se desviaron de las líneas rectas. Como en el circo, la consigna fue explorar sin saber muy bien lo que llegaría, pero con la certeza de que, a la vuelta de cada esquina, habría una lección valiosa por aprender. Y así fue. Es imposible describir con solo palabras la calidez de todas las personas involucradas en este experimento. Cada una apoyó, con todo su corazón, un esfuerzo por darle al circo la voz que siempre se ha merecido.

Popov es una exploración de la identidad malabarista y circense. A ello se debe el nombre de esta primera edición, que se enfoca en lo que significa cuando alguien dice: “soy malabarista”. Esa declaración es infinitamente más profunda de lo que cualquier persona imagina al ver a un grupo de artistas lanzando objetos al aire

Los malabares como muestra de nuestra identidad


—En ese momento nos reuníamos todos los viernes en la casa de Gabriel, que queda ahí en La Soledad. Desde las 8 de la mañana, casi hasta las 6 de la tarde, era jugar. Jugar, grabar, soltar ideas, trabajo de mesa: “Oiga, vea esta idea”, “oiga, vea”. Y en ese momento de grabar dijimos: hagamos un video.—

Así se iban los días de pandemia para Sergio Carreño, que en ese momento no tenía presente la magnitud del experimento que estaba realizando con Gabriel y el resto de su parche. A Sergio lo invitó otro malabarista, Santa, al Teatro de Garaje, donde comenzó todo.

—Fui, y ese día llegó Dani con unos bastones, re emocionado. Y me dijo: “Vea lo que estoy haciendo, chan”. Eran bastones en tubo, sencillos. Y me dijo: “Hágase unos en la casa, es muy fácil”. Y sí, era muy fácil. Me dijo: “Compre un tubo, compre tapones y hágalo”. Yo en ese momento estaba muy enamorado de las clavas. Y claro, los bastones… fue como otro universo. Al otro día, en la mañana, fui a una ferretería, compré tubo, compré tapones y me hice unos bastones.—

En ese momento, nadie les llamaba chibchas. Antes de serlo, el experimento se llamaba “hazlo”. Solo eran tuberías de media pulgada de PVC, cortadas a 55 centímetros de largo, con tapones a ambos lados. Eran diferentes a las clavas porque ambos extremos eran iguales, lo cual los hacía más sencillos de usar. ¿Pero qué tenían de especial, habiendo tiendas de juguetes que vendían productos diseñados especialmente para malabarear? En Colombia, las tiendas de malabarismo se pueden contar con una mano, y todas están en Bogotá. Es la única forma de conseguirse unas clavas o unas pelotas. Pero a diferencia de las profesionales, estos eran juguetes que cualquier persona podía comprar en la ferretería y hacer en su casa. Y no solo eso, sino compartir la posibilidad con alguien más.

—La idea era decirle a la gente: hazlo, pero hazlo y compártelo. Con el tubo que compras alcanzas para hacer no tres, sino seis. Y si tú juegas con tres, pues dale tres a alguien más para que juegue. Así se cumplía el propósito: que todos pudieran jugarlo. Empezamos a hacer los juguetes, a decirles a los amigos: “Oiga, lleguen que queremos plantearles una idea”. Los reuníamos y les decíamos: “Queremos regalarles estos juguetes. Se los regalamos. Jueguen y nos dicen”. Y los empezamos a llamar chibchas.

En mhuysqa, chibcha significa persona. “Entonces fue, sin saberlo, llegar a ese punto y decir: ‘Claro, chibcha somos nosotros’. Y podemos grabar videos aquí en la calle, pero también, ¿por qué no grabar videos en paisajes? Colombia tiene paisajes hermosos, y venimos de esa cultura, ¿no? Venimos del mhuysqa”. La idea de esos bastones, que de cariño se apodaban chibchas, se convirtió en una identidad para quienes los portaban y jugaban con ellos. Y Sergio se convirtió en uno de ellos.

—Cuando llegó chibcha, fue a romper esquemas, a encontrar posibilidades del golo, de las pelotas, de las clavas. Tiempos, ritmos, golpes. De pronto la gente me veía y decía: “Este man está loco”. Pero para mí era increíble, y eso me fue generando una idea de seguir, de encontrar posibilidades, trucos y cosas. Lo lindo ha sido encontrar a los parceros. Yo conocía a Dani y a Santa, pero chibcha hizo que de verdad los conociera, no como Dani Maromas, sino como Daniel Valderrama. Eso ha sido lo más chimba, poder conectarse.

La idea de montar Chibcha como un proyecto para que lo viera el mundo comenzó en septiembre de 2021, en la Convención Internacional de Circo y Teatro de Ibagué, un año después de esos primeros encuentros en los que se reunían a jugar con bastones de plástico. Y desde ese momento se llamaron Chibcha Juggling Project: “un grupo de malabaristas, creadores y amigos que, a lo largo de nuestros caminos, hemos consolidado nuestro amor por jugar, manipular objetos e investigar, así como hacer piezas audiovisuales”. De esta manera se presentaron ante el mundo en 2023, cuando uno de sus videos fue publicado por la Asociación Internacional de Malabaristas para su selección de los trucos del mes, en marzo.

—Eso fue muy chimba, fue decir: “Algo estamos haciendo bien”. Y claro, la gente decía: “¿Qué es eso? Yo quiero probar”, y nos escribían: “¿Cómo lo hacen?”. Gente de Italia, Suiza, o de Alemania nos decía: “¿Cuáles son las medidas?”. Y una de las ideas que Dani ponía mucho sobre la mesa era que se enfocara el ojo del malabarismo en Colombia, que dijeran: “Ah, es que en Colombia juegan esto”.

Aquí decimos que el malabarismo está hecho con las uñas, como todo lo demás. Dentro de eso, el malabarismo siempre tuvo la condena de ser algo casi místico; no se hacían convenciones, ni había grandes circos que aguantaran las olas de violencia del país. El conocimiento era empírico y nacía de lo que alguien que salió y volvió a entrar a Colombia pudo ver en otros lugares. A partir de ahí se consolidó la hermandad del malabarismo, el no guardarse los trucos ni lo aprendido, sino compartirlo para que a quien le sirva le venga bien.

En Chibcha no se guardó el secreto. “En algún momento lo pensamos, pero también dijimos: ‘A la hora del té, no inventamos nada’, es algo que ya se inventó, solo que lo estamos apropiando. Esto no es una fórmula secreta que nadie puede saber”. Chibcha nació como un proyecto divertido y así se ha mantenido, consciente del lugar de donde viene y de su deber de retornar a la comunidad que se construyó.

—Soñábamos mucho con consolidar un grupo y decir: “Con este grupo podemos girar, podemos ir a convenciones, dar talleres, nos pueden invitar a cualquier lado”. Y ha pasado. Pero de Chibcha no esperamos nada. No es decir: “Vamos a hacernos millonarios con esta idea”, no. “Vamos a ser el mejor grupo de malabarismo”, no. Nosotros hacemos esto porque nos gusta, porque lo disfrutamos y porque sentimos que con esto podemos explotar muchas más cosas. Y desde ahí la gente se suma y recibe, ¿no? Y recibe con amor.

Ahora, trabajando como malabarista en Chía, Sergio sigue vinculado a Chibcha. Como una marca que nunca se va, recuerda esa familia que construyó por un experimento en el que malabareaban bastones de PVC con tapones en los extremos. “Esos los tengo”, refiriéndose a los primeros chibchas que hizo en su vida, elaborados con un tubo blanco y tapones negros, sin la cinta ni el sticker que hoy en día los caracteriza. “Y es chévere, porque uno ve el cambio de prototipos. Hay días que digo: ‘No voy a salir a jugar con los últimos, sino con los primeros'”.

—Es como cuando uno empieza a hacer malabares y se hace sus primeras pelotas. Las puedes ir a comprar, seguro, y les vas a coger mucho amor. Pero si encuentras una pelota y dices: “Uy, a esto le puedo poner sal y envolverlo en cinta”. Son pelotas de uno. Puedes jugar con las mejores pelotas, pero siempre vas a querer las tuyas, ¿sabes? Las vas a guardar, atesorar, y vas a decir: “Con estas pelotas aprendí”.

De hacer su primer prototipo a pasar noches sin dormir creando cientos de kits de cinco Chibchas, a aparecer en la página principal de la asociación de malabarismo más grande y antigua del mundo, a eventos internacionales como el festival de circo de Manizales, Sergio y su proyecto siguen sin buscar la fama individual ni la grandeza de sí mismos. La historia puede ser importante, pero vale más el presente.

—La historia no la tiene que conocer todo el mundo. Estaría lindo que nos conozcan, pero no es necesario. La idea es jugar, compartir el juguete con cualquier persona. Poner al bastón de moda, ¿no? Y creo que en algún momento lo hicimos, lo pusimos de moda.


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