Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Antes de salir de casa

¿Qué se escribe en el diario de un anónimo sobre el Mercado de Las Pulgas?

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Crónica realizada para la clase de Práctica investigativa (Séptimo semestre-2024 I), bajo la supervisión del profesor Manuel Salge Ferro.

Antes de salir de casa, le pregunté a mi amigo que dónde nos veríamos. 

− “El mismo sitio de siempre, al lado de la torre Colpatria, fumamos y vamos.” Respondió en mensaje de texto. Ya repetíamos el mismo recorrido 4 veces, así que ese miedo de sacar la cámara en la calle ya se había desvanecido. Eso cambió mi manera de ver las cosas. 

La primera vez que llegamos al Mercado de las Pulgas me sentía como un intruso. Como cualquier sitio de Bogotá, mantenía su estética fuera de lugar; solo al cambiar de calle te das cuenta que estás en Bogotá. Otras personas, otros ambientes, otros olores; Bogotá es casi como un multiverso de pequeñas realidades, cambiando la existencia por cada número de calle. 

Naturalmente, siempre fui un comprador compulsivo. Actualmente vivimos en la época del éxtasis máximo para los hiper-consumidores compulsivos (como yo). Barato, directo, tiempo para decidir, regatear y comprar. ¡Pero si es el paraíso de las compras! ¡Y además por 20 veces menos lo que me cobrarían en una tienda cotidiana! Claro está, no se pueden pedir muchos estándares de calidad… 

Caminamos y caminamos horas por ese laberinto de puestos improvisados. Nos perdimos varias veces y volvimos al mismo punto muchas veces. Pero yo, ya estaba cansado, y quería tomarme una cerveza. Así que me compré mi cerveza, un litro de malta por 4000 pesos, al cambio, 1 dólar aproximadamente.  

En Bogotá, y en prácticamente toda Colombia, no es difícil encontrar drogas. En casi cualquier esquina de este país habrá alcohol, café, cigarrillos, marihuana, o más cosas… Y no era la excepción en el mercado de la Octava. 

El mercado de la Octava era más de mi estilo, más underground, más bajo, más extraño. Acá había familias enteras bebiendo alcohol, literalmente. Niños de no más de 12 años y viejos de más de 60, casi todos bebiendo alcohol y haciendo muchísimo ruido. ¿Y por qué era más mi estilo? Porque yo también bebo alcohol desde los 12 años.  

Acá la marginación era muchísimo más notoria. Por ello, le tomé foto a varios edificios alrededor del mercado; majestuosas obras de arquitectura al lado de personas que regatean cualquier basura para sobrevivir. 

Este mercado tiene unas gangas de lo lindo. Compré un lote de 5 desodorantes al 95% descuento de su precio original, dos cervezas de alcohol, de dudosa procedencia, pero muy económicas; y unos guantes nuevos de algodón antideslizante por 2000 pesos. 

Fuimos más de 5 veces al Mercado de Las Pulgas que solo abren los domingos, y en la última visita, me sentía más tranquilo. Como si cualquier mercado de la calle séptima fuese parte de mí, ya no sentía miedo, sacaba mi cámara en cualquier sitio y le tomaba foto a lo que fuese. Reconocía a dónde ir, sabia ahora de las calles, y recordaba los puestos que ya no estaban. 

Después de salir del mercado, le pregunté a mi amigo: 

− Al mismo sitio de siempre, ¿fumamos y nos vamos? 


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