Brújulandia
Sabemos que la maquinaria política se la juega por alguien, por algo. Ese algo no sería otra cosa que de dónde venimos y para dónde vamos.
Editado por: Profesora Estefanía Fajardo De la Espriella
Artículo de opinión escrito para la clase de Sociología de los Medios (Tercer semestre 2023-2), con la profesora Martha Cecilia Torres Silva.
Hay un pequeña parte de la población con mucha plata y un ímpetu sobrenatural de dominación. Empero, en esta ecuación, participan también neoliberalismo y capitalismo; los eternos hermanitos. Esta combinación trae consigo el abandono de lo simbólico, que es la herencia antiquísima de nuestras abuelas, el significante que trasciende hoy y siempre. Lo que no se olvida, lo que se arraiga, lo que nos dura toda la vida.
Se hiperfabrican fantasías. El producto soy yo, y me chantajeo a punta de emociones y sentimientos. Es otra narrativa: cuando consumo, me adentro al sambumbe del narcisismo y el ego. Y se embolatan, los que estabilizarme tratan, con la repetición consciente y espaciada, de costumbres especiales que uno recuerda cada que quiere.
Tienen un nombre pisoteado por el afán que, a su vez, da luz a una filosofía entrópica en la que se perdió la definición de identidad.
No es un monstruo, tira fuego, es mucho peor que eso, ¿o será mejor? Como lo incita Karl Marx, es la libertad individual, la única pastilla alimenticia para Capitalismosaurus Rex. Y Byung Chul Han grita sin hablar: “son los ritos, los que trascienden la mundanalidad”.
El espíritu nos congrega, nos sentamos en comunidad. Que se demore lo que se tenga que demorar, porque ya da igual; cuando termine el ritual, nadie habrá. Ya no hay tiempo. Si espero más, el aborrajado se me quema, o el bus me deja, o me termina mi pareja, o llego tarde a otro lugar. En definitiva, no puedo detenerme a esperar ni sentir el momento. No, entiéndame, no tengo tiempo. Pero invíteme a bailar, a tomar, a comer, a coger, a comprar, ¡ja, nunca será suficiente!
Eso, pelados, es el consumismo de cosas diferentes. Efímeras. Que, mal o bien, causan una sensación medio maluca de vaciamiento. Ojo pues: ¡No hacer!
Pero ya los niños crecieron entre traumas, estereotipos y reglas. Ahora, siendo hijos de una madre tierra olvidada, del río contaminado o de la era de la instrumentalización de los sentimientos, de la gente y las ideas, se resguardan en dinámicas, ni erradas ni acertadas, solo dinámicas. Procesos sociales, culturales, políticos, económicos o ilógicos, a veces, transformados en la explotación sin límites, a veces leídos como formas de cerrarse al mundo; a veces espacios de la intimidación de lo nuestro, donde se repudia lo colectivo y reina el individualismo.
Se espantan las intenciones y hay otras pretensiones. Pero, ¿qué es lo nuestro? Cuando se ha perdido tanta cosa, como dice Gabo, en el ir y venir del carajo, fuera de la mercantilización de la ritualidad, está el devenir de las culturas, su progresivo fusionar. Son costumbres y cariños, detallitos, que tenemos en común, nosotros, los niños perdidos.