Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Chiquita, pero nanorevolucionaria

La nanotecnología, en su diminuta escala, revela un mundo de maravillas científicas. A través de la manipulación precisa de átomos y moléculas, los científicos forjan materiales con propiedades asombrosas y abren nuevas fronteras en medicina, electrónica y más.

Gran reportaje realizado para la Unidad de redacción (quinto semestre, 2023-1)

Editado por: profesora Mónica María Parada Llanes

“¡Wow!”, exclama la doctora Laurel Weaver. Los ojos se le iluminan con el descubrimiento: entre sus dedos sostiene la galaxia arquediana, almacenada al interior de una diminuta cápsula que cuelga del collar de un gato. Aunque no lo sabe, lo que destella tras el cristal es la fuerza subatómica más poderosa del universo. Esta escena de la película ‘Los hombres de negro’ retrata lo que significa la nanotecnología para Ramón Sánchez, quien se topó con ella al fondo de su Generador de Nanopartículas por Ablación Física y recuerda con simpatía la sabiduría del perro pug Frank, otro de los extraterrestres del filme: “¡Ay humanos!”, lo cita. “¿Cuándo aprenderán que el tamaño no importa? Solo porque algo sea importante, no significa que no sea muy, muy pequeño”.

A pesar de ser infinitesimal, porque comparado con la nanotecnología un mosquito es todo un titán, lo que puede lograr supera los límites de la imaginación; sus alcances, que rayan entre lo imposible y lo fantástico, están a un pelo, o más bien a un nanómetro —la milmillonésima parte de un metro—, de cambiar para siempre el derecho de las cosas en Colombia.

Según el ranking publicado por Lux Research, de las naciones líderes en el cambio de la nanotecnología en el mundo, Estados Unidos, Corea del Sur y Alemania están a la cabeza de estos pequeños enormes desarrollos que, aunque humanamente imposibles de ver, avanzan a pasos de elefante en la carrera de la ciencia. Puede que Colombia se asome pronto al ranking. Lo tenemos todo para lograrlo, excepto una sola cosa que se nos sigue escapando por entre los dedos —y no, no son los nanómetros—: una normatividad que le dé cuerpo a la nanotecnología dentro de la ley colombiana.

El Instituto de Investigación Nacional del Genoma Humano define a la nanotecnología como el “uso de la materia en una escala atómica y molecular para fines industriales. La manipulación de la materia a escala nanométrica (entre aproximadamente 1 y 100 nanómetros) tiene el potencial de aplicaciones novedosas en muchos campos”. El químico español Luis Liz Marzán en su artículo ‘Nanobiosensores: Aplicaciones en la frontera entre las nanociencias y la biomedicina’ despeja una equivocación muy recurrente cuando de comprender su valor se trata: “Esto quiere decir que la clave no es la miniaturización, sino más bien los cambios que se producen en las propiedades físicas y químicas de los materiales cuando se dividen hasta la escala nanométrica”.

Ramón Sánchez saca una botella de vidrio de su maleta y la agita en el aire. Un torbellino de punticos se arremolina en el centro del agua. La luz de la tarde ilumina su danza traslúcida. Cuando me indica que son nanopartículas de varios elementos y burbujas enriquecidas con oxígeno, no puedo evitar pensar que justo ese es el estado de la nanotecnología en Colombia: gira y gira dentro de la nada, a su suerte, en un limbo jurídico. Demasiado pequeña para ser celebrada, pero demasiado importante que dejarla en el olvido. En la Política Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2022-2031, del Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes), se aclara que la toma de decisiones respecto a las Actividades de Ciencia, Tecnología e Innovación, como la nanotecnología, se ve afectada por un marco legal insuficiente que impide una actualización de la información.


EL IDIOMA DE LA NATURALEZA ES NANO

El 28 de octubre de 2022 se celebró el primer Mercado de Reconciliación en la Universidad Externado de Colombia, del que hizo parte un stand del SENA que exhibía una serie de cultivos de lechugas y distintos tipos de hortalizas. Salía a relucir, en la vigorosidad de sus hojas, que la mitad del cultivo había corrido con una suerte que la otra no. En la línea privilegiada de lechugas, que parecía como hechizada frente a la opacidad de la otra, la cual había sido cultivada con minerales y fertilizantes regulares, se evidenciaban los efectos fortificantes de las nanopartículas integradas al agua en procesos como la respiración celular y el metabolismo de nutrientes.

Lizeth Cabrejo es microbióloga industrial y candidata a magíster en Diseño y Gestión de Bioprocesos. Es gestora de los análisis que adelanta la Línea de Biotecnología y Nanotecnología del Tecnoparque Sena, con la nanoagua desarrollada por Ramón Sánchez. Habla bajo, como si se guardara un secreto: “A esta escala, las propiedades del agua y de distintos materiales tienen un mejor impacto celular”, lo cual se refleja no solo en un nivel productivo más eficaz y en un ahorro exponencial del agua, ideal en zonas agrícolas que carecen de sistemas de riego o que son constantemente amenazadas por las sequías, sino también en una inversión menor en fertilizantes o aditivos químicos, gracias a que la nanoagua regula los niveles de población microbiana y desinfecta los tallos de los cultivos de su carga natural.

“Al particularizarse esa agua en nanopartículas, queda una nanoagua. Esto hace que el oxígeno se reduzca a tamaños nanométricos y sea mejor absorbido”, aclara Cabrejo. Las partículas microscópicas en el agua de Ramón Sánchez eran burbujas de oxígeno que se ligan con mayor facilidad a las células por su tamaño minúsculo y dividido.

Su empresa, Ingeniería Servicios y Desarrollos S.A.S, está soportada por 20 años de soluciones innovadoras en el sector de los sistemas de generación de energía para la plataforma de Oil and Gas en Colombia. Fue prestando sus servicios a Occidental Andina en el campo de Ecopetrol en Barrancabermeja, que Ramón daría con una solución para la corrosión microbiana que responde a la reinyección de agua en los esquistos bituminosos, las rocas que almacenan el petróleo. Durante este proceso las bacterias que componen la corrosión microbiana se filtran dentro del agua que es inyectada. Una venganza de la naturaleza, según él, y “una pelea de nunca acabar”; las bacterias que entran en los esquistos arrasan con la producción de petróleo en sus entrañas. Con el tiempo, se vuelven inmunes a los aditivos químicos integrados para exterminarlas.

Apoyado en el ‘Manual técnico sobre procesos de oxidación avanzada, aplicados al tratamiento de aguas residuales’ del Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo, Sánchez elaboraría un Sistema de Gradación y Cimentación Iónica que ataca los contaminantes en el agua y los mineraliza al fragmentarlos en sus elementos fundamentales. En el caso de los hidrocarburos, tras el proceso dentro del Sistema de Gradación, se liberan los hidrógenos y los carbonos. De esta manera, las propiedades positivas de los contaminantes permanecen en ella. Es una diálisis que la regresa a su condición previa al daño ocasionado por el ser humano, útil para controlar las contaminaciones más complejas del agua: las orgánicas y las de metales pesados.

Sánchez alcanzaría en aquel entonces, con su Sistema de Gradación y Cementación Iónica, una eliminación exponencial de los microorganismos bacterianos que plagaban el agua, sin la más remota idea de que se aproximaba al descubrimiento de un método físico y limpio para la producción de nanopartículas compatibles con el agua potable. La mayoría de los medios de producción de nanopartículas más conocidos alrededor del mundo son químicos, como la reducción fotoquímica y radioquímica.

—Allí se nos presenta una serendipia, que es la razón de que nosotros hubiéramos insistido con el tema —recuerda el ingeniero.

La primera pista que arrojaría a Sánchez a pensar que al interior de su sistema de tratamiento de agua ocurría algo más allá de la eliminación de bacterias fue una inesperada reacción eléctrica: al alimentar el sistema con 19 kilovatios, el agua se calentaba a una temperatura 14 veces mayor a la esperada. El incremento de temperatura entre la entrada y la salida del reactor era de 59,5°C.

Él desenrosca la tapa de la botella de vidrio e interrumpe su narración para preguntarme: “¿Quieres de esta agua?”. Vierte un poco en mi vaso de café antes de añadir: “Tiene una alta capacidad de absorción y copia sabores y aromas”.

Sobre el esqueleto del sistema de tratamiento de agua y su proceso de mineralización de los contaminantes, Sánchez y su equipo idearían el Generador Iónico de Energía Térmica Renovable GIET R, capaz de producir energía en forma de calor e, intuye él, revolucionar la matriz energética del mundo en un futuro.

Este ingeniero es un curioso empedernido, su inquietud lo ha llevado a “trabajar con las uñas” y extraer de sus propios recursos para deconstruirse una y otra vez, tuerca a tuerca, hasta encontrarse sobre la marcha de la reconstrucción esos ¡Eureka! que parecieran lloverle del cielo, pero que están lejos de ser un artificio divino y más bien tienen todo que ver con la ciencia de lo diminuto. Las oportunidades de llevar a otra escala sus inventos se le irían cruzando por el camino hasta aterrizar en la conclusión de que había creado nanopartículas sin si quiera percatarse del momento exacto. Habían surgido de la nada durante el bombardeo de energía a los electrones de hidrógeno que mineralizan los contaminantes del agua, lo que había resultado en un avance energético de cinco veces la potencia aplicada. Finalmente, es en la particularización del agua que el oxígeno queda encerrado en burbujas.

—Es el oxígeno que ves acá —Sánchez señala el torbellino—, cuando agitas la botella. No le hemos encontrado caducidad hasta el momento.

Sin saber que algo muy pequeño, pero trascendental, se ocultaba a plena vista en la trasparencia del agua, Sánchez llevaría en julio de 2020 tres muestras de su nanoagua de nombre TION, como decidió llamarle a su resultado maestro, a los laboratorios del Grupo de Investigación Materiales Avanzados y Energía del Instituto Tecnológico Metropolitano. En ellas se identificarían, además de nanopartículas de “amplio rango de tamaños”, que iban desde los 32 hasta los 144 nanómetros, la presencia de Hierro, Cromo, Silicio, Titanio, Níquel, Cobre y Zinc en los residuos sólidos, los cuales apenas representaban un 0,09% del agua en total que componía el nanodesinfectante.


Micrografías de las nanopartículas halladas en las muestras aportadas por Ramón Sánchez a los laboratorios del ITM.


“En una investigación que realizó Ramón Sánchez se comprobó que el agua repele ciertas plagas de insectos”, menciona Lizeth para explicar el uso de la nanoagua como desinfectante multipropósito, y es que no se le puede llamar de otra manera a un compuesto que aloja tantísimas ventajas. De hecho, al adicionar la nanoagua a la planta —hasta el momento lechugas y astromelias han sido las únicas evaluadas—, se regula el nivel de oxígeno que almacena y se alarga su vida útil. Las pruebas del Tecnoparque Sena recién toman rumbo; la eficacia de las nanopartículas de Sánchez apenas ha sido comprobada en cultivos pequeños, en los que no hay siquiera que recurrir a la agudeza de un microscopio para notar los efectos físicos de las transformaciones que ocurren a nivel celular, porque surgen a la superficie. Habría que estar ciego, o ser un incrédulo, para no ver lo evidente: “En los tratamientos con nanoagua se observó muy buena producción de raíz”, afirma Lizeth Cabrejo.

Imagen aportada por Lizeth Cabrejo de los cultivos hidratados con nangoagua.


NANO Y AGRO, DOS PALABRAS QUE RIMAN


Angélica Rodríguez, encargada del área comercial de Eurotrading, irradia orgullo cuando le pregunto por las ventajas de los nanofertilizantes en los cultivos: “Si antes daba una fresa de 3 centímetros, ahora está dando fresas de 6”. Sus clientes, agricultores alrededor de Colombia, se han convencido de la efectividad de las nanopartículas al verlas con sus propios ojos y palpar sus resultados en el volumen triplicado de sus productos; lo que le falta en tamaño a la nanotecnología le sobra en precisión. Es a punta de experimentos directamente realizados durante la práctica, por fuera del laboratorio, que Polly Rosero, gerente de Eurotrading, ha construido una red comercial en torno a la agricultura de precisión que ofrece con su nanofertilizante.

Con el voz a voz de agricultor en agricultor, los nutrientes que componen el nanofertilizante han cruzado océanos y fortalecido los procesos productivos en cultivos paperos del Nariño; han recorrido el cuerpo alargado y enjuto de las palmas del Atlántico; el suelo del Huila; las planicies desiguales del Meta, Casanare; y los valles ondulados que se extienden a las faldas de las montañas boyacenses. La suya es una iniciativa que ha contado con una gran receptividad en el gremio agricultor desde que Polly se topó con el abismo que solía separar a la agricultura tradicional y “ancestral” de ser una potencia productiva. La exclusión de la tecnología de los procesos productivos, la falta de mano de obra y el uso de fertilizantes químicos habían maniatado por años el avance de la agricultura colombiana hacia el aprovechamiento de su capacidad total mediante un método sostenible. El nanofertilizante, en este caso, se alinea al sistema natural de nutrición de las plantas, acostumbrado a alimentarse de nanopartículas: “De hecho, las plantas obtienen el 95% de sus nutrientes del medio ambiente. Nosotros los agrónomos solo intervenimos en un 5%”, aclara.

A cuatro años de haber importado su primer nanofertilizante de los Emiratos Árabes, y a cientos de cultivos de haber depositado por primera vez en las manos de un agricultor colombiano una tecnología que pareciera ser extraterrestre, Eurotrading incursiona ahora en la conquista de las pasturas para ganado de leche en la región antioqueña. Al nanofertilizante y su carga de 13 nutrientes microscópicos, divididos en elementos mayores, elementos secundarios y micronutrientes, como el nitrógeno y el fósforo, el calcio y el azufre, y el boro y el zinc, respectivamente, ninguna extensión de tierra le queda grande. Polly estima que los agricultores se gastan apenas 10.6 kilos de nanofertilizante por hectárea para lograr más de lo que conseguirían con 60 kilos de un fertilizante estándar.

La aplicación de los nanofertilizantes, según las necesidades del cultivo, ofrece un monitoreo en tiempo real de las mejoras en su absorción de radiación solar, fotosíntesis, fotocatálisis, conductividad térmica y actividad química, lo que se traduce en una mejor contención de nutrientes que, a su vez, asegura una mayor producción de una leche de mejor calidad.

Los resultados de los experimentos con la nanoagua generada por Ramón Sánchez, llevados a cabo por el Tecnoparque del Sena, a cargo de Lizeth Cabrejo, coinciden con el progreso registrado en los cultivos que se han sometido al nanofertilizante importado por Eurotrading: “las hojas exuberantes y el color en los productos tratados con nanoagua realmente me lleva a pensar que los procesos de fotosíntesis se desarrollaron mucho mejor”, supone Cabrejo. No obstante, lejos de generar un fertilizante, el objetivo de su investigación es comprobar la viabilidad de la nanoagua como un bioestimulante agrícola. Actualmente trabajan en la estandarización de un protocolo, que no es más que la creación de normas y métodos claros que les permitan diseñar la etapa experimental.

A la ventaja de que el costo del nanofertilizante de Eurotrading es menor al del fertilizante estándar, pues los agricultores que lo aplican registran regularmente un ahorro entre un 16% y 30%, se suman las virtudes de la agricultura de precisión, con las que no tendrían que desperdiciar más de lo que la planta requiere para estar balanceada. El sistema del nanaofertilizante no solo facilita la absorción de estos minerales, sino que cuenta con un biosensor capaz de detectar la fase metabólica de la planta más aprovechable para liberarlos.


NANOSALVAVIDAS

Las primeras veces que la doctora Rosa Helena Bustos, química farmacéutica de la Universidad Nacional, habló de nanobiosensores en Colombia, le dijeron que esto no era la NASA. Corría el año 2010 y apenas un puñado de grupos de investigación, como la Red Nano Colombia, trataba a ese bicho raro que recién asomaba sus antenas desde la National Nanotechnology Initiative, entre el año 1999 y 2000.

Bustos acababa de llegar de su doctorado en Ciencias de la Naturaleza con énfasis en Diseño y Desarrollo de Biosensores, en la Universidad de Tubinga, Alemania, con la bandera de una transferencia tecnológica a cuestas: sembrar en su país la semilla, o al menos la inquietud, de los aportes de los nanobiosensores a la medicina. Aquellos artefactos que con ayuda de propiedades nanométricas potencian la detección y evaluación de biomoléculas, fármacos o químicos en muestras de fluido humano.

Al inicio se excusaron con la misma carta de siempre, la de “aquí no hay recursos para eso”, a la que se ha tenido que acostumbrar el avance tecnológico en Colombia, que ha trajinado entre los presupuestos escasos y las prioridades en las que no hay cabida para la innovación. A pesar de haber sido un camino pedregoso desde 2012 —la primera vez que Bustos propuso el uso de los nanobiosensores en la Universidad Nacional—, en la actualidad le debemos la adquisición del único plasmón de resonancia superficial (SPR) en el país, elemental en la supervisión en tiempo real de las uniones entre moléculas. Funciona con un componente biológico, una gota de sangre en este caso, y un sensor que cuantifica la presencia de lo que sea que se busca.

Para detectar, por ejemplo, la presencia de glucosa, “la gota de sangre del paciente cae en una membrana que insertamos en el dispositivo electrónico”. En su interior se liberan electrones que se traducen en el número de concentración de la glucosa.

A la izquierda, la doctora Rosa Helena Bustos.


Generalmente los nanobiosensores son dispositivos. La doctora Rosa Bustos describe a grandes rasgos que el espectro de su tamaño es tan diverso como el de sus funciones: “pueden ser robustos, como el que tenemos en el laboratorio, o más pequeños como los electroquímicos, que son los más portables”. En el área diagnóstica de la nanomedicina, los nanodispositivos son tan diminutos que, incluso, están diseñados para penetrar el cuerpo humano y determinar la ubicación y estado de las enfermedades. Sin importar su tipo, arrojan resultados inmediatos tras evaluar la presencia de cualquier tipo de biomolécula, como vitaminas, nutrientes, fármacos o químicos en el cuerpo del paciente. “Significa que cuando uno necesite determinar la concentración de cualquier fármaco en un paciente, no tiene que demorarse tanto como ocurre con metodologías tradicionales de análisis, en las que hay que incubar la muestra y esperar respuesta. ¿Cuánta concentración tiene el paciente? Ya lo sabemos inmediatamente”, apunta la Doctora. Los nanobiosensores funcionan con una muestra de fluido menor a la requerida por otros mecanismos de análisis y un pretratamiento de esta más flexible; debido al éxito de su detección, la muestra no debe ser incubada mucho tiempo.

Membrana que recibe la muestra humana e ingresa al nanobiosensor SPR.


El SPR cruzó el Atlántico Norte desde Francia hasta los laboratorios del grupo de investigación de ‘Evidencia Terapéutica’ en la Universidad de la Sabana, liderado por Rosa Bustos, para ubicarse como el primer eslabón de la medicina personalizada en el país al ser portable, específico y “selectivo de cada molécula”. El ajuste en tiempo real de las dosis que necesita el paciente, gracias a los resultados instantáneos que arroja el SPR, supone una estancia hospitalaria más corta y de menor gasto. Aunque ya existen biosensores que son puestos a prueba diariamente en la práctica de la medicina, como el glucómetro, encargado de medir los niveles de glucosa en la sangre, Bustos y su avanzadilla de estudiantes del Doctorado en Farmacología Clínica se desempeñan en una rama aún no institucionalizada de los nanobiosensores: el estudio de biomoléculas como la insulina, y de antimicrobianos, como un antibiótico cualquiera. Los factores a favor de los nanobiosensores pueden trazar una línea entre la vida y la muerte a la hora de hablar, por ejemplo, de la estricta vigilancia a medicamentos de una estrecha ventana terapéutica, como los antibióticos que pueden adquirir altos niveles de toxicidad con tan solo una dosis de más.

—Puede que el paciente se mejore de su infección, pero que, debido a una toxicidad no monitoreada debidamente, salga con un daño renal.

“Toda metodología de desarrollo es un poco demorada”; a Bustos se le ve paciente cuando lo aclara. La nanotecnología, además de chiquititica, “finalmente tiene que ser precisa”. Lo que más le ha tomado tiempo al equipo de la Doctora, entre residentes, profesores del departamento y estudiantes del Doctorado, ha sido vincular las moléculas de los antibióticos en estudio, vancomicina y colistina —ambos empleados en la mayoría de los casos para tratar infecciones bacterianas en el estómago y los intestinos—, a otras moléculas más grandes que puedan ser detectadas. Después de haber estado tres años poniendo a punto el nanobiosensor, como se le llama a este proceso, por fin Bustos se permite afirmar que están a muy poco de culminar la etapa final para que los nanobiosensores al fin puedan ofrecer información en tiempo real a los médicos. “De no haber sido por el apoyo financiero de la Universidad de La Sabana y del Ministerio de Ciencias, hubiera sido muy difícil”, acepta, y aunque quisiera ir más rápido, indudablemente prefiere ir poco a poco e inspeccionar a fuego lento ese mundo entero que no vemos a pesar de tenerlo en la punta de la nariz.


DAVID Y GOLIAT: LA BATALLA POR LA REGULACIÓN


A pesar de que el impulso inicial a la nanotecnología en Colombia se remonta a 20 años atrás, es oficialmente desde 2004 que cobra fuerza dentro del panorama investigativo, con el surgimiento de la línea estratégica de Materiales Avanzados y Nanotecnología dentro del marco del ‘Programa Centros de Excelencia’ (PCE), iniciativa de Colciencias en aquel entonces. Fue en el Centro de Excelencia de Nuevos materiales (CEMN), el cual resultó del trabajo realizado dentro de este programa PCE, que se establecieron cinco líneas de investigación bajo el liderazgo de la Universidad del Valle, entre las que se encuentran el nanomagnetismo y los estudios a las aplicaciones de la nanociencia en áreas como la energética, la ambiental, la salud y la minería. Un año después el Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos (IEEE) conformó el Consejo Nacional de Nanotecnología, el cual le abriría paso al Centro de Investigación de Nanociencia y Nanotecnología, sacado adelante por Colciencias.

Los esfuerzos por darle un empuje a la nanotecnología en Colombia no han sido ni pocos ni recientes, sino más bien incontables, animados por un desfile de científicos tan locos como para identificar a una tecnología invisible, pero tan cuerdos como para distinguir el universo de oportunidades que se escondía detrás de sus características ínfimas.

Debido a que sus cualidades atraviesan diversas competencias, la nanotecnología es de tipo TPG (de propósito general) para el Ministerio de Ciencias e Innovación. Es por esto que “jugará”, en palabras del Ministerio, un rol fundamental en el desarrollo de las innovaciones seleccionadas en sus hojas de ruta propuestas para el periodo 2023-2026, entre las cuales se encuentran: aprovechar el conocimiento, conservación y el uso sostenible de la biodiversidad, sus bienes y servicios ecosistémicos; garantizar la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación; asegurar la generación, acceso y uso de energías sostenibles para todos los colombianos; y garantizar la seguridad sanitaria, la salud y el bienestar de la población en el territorio nacional.

El trabajo que Rosa Bustos y su equipo han desempeñado en el desarrollo de los nanobiosensores es un engranaje más de la gran máquina que Minciencias ha puesto en marcha, la cual ha recabado en los últimos 10 años una red de genialidad mancomunada. Han sido 22 proyectos los financiados por el Fondo de Investigaciones en Salud (FIS), que involucran a la nanotecnología en tratamientos a enfermedades clínicas no transmisibles, enfermedades autoinmunes, condiciones transmisibles e infecciosas, entre otras, como el cáncer colorrectal y las alternativas terapéuticas basadas en nanobioconjugadores, terapias que emplean vehículos nanoestructurados para el tratamiento a la enfermedad del parkinson, rastreo biodirigido de moléculas anticancerígenas inspiradas en productos naturales y nanoestructuras de extractos de cannabis para el tratamiento del dolor crónico.

En la ráfaga de descubrimientos que le siguieron al hallazgo de nanopartículas en el agua que ingresaba a su Generador Iónico de Energía Renovable, Sánchez se toparía con la posibilidad de producir extractos de fuentes vegetales. La extracción con nanoagua de los nutrientes se compara, según él, con una maceración o una “infusión” a la inversa: la nanoagua se enfría y se excita con pulsos eléctricos que promueven la separación de los nutrientes útiles del vegetal. A la baja temperatura del agua los compuestos se disuelven en ella. En su nuevo estado nano, nuevas propiedades que antes no habían sido explotadas le son reasignadas.

—Los compuestos más ricos están en la cáscara. Si yo la licuo en la nanoagua y realizo todo el procedimiento, ella inmediatamente extrae todos esos nutrientes y permanecen ahí, en el agua —explica el ingeniero.

El cuerpo humano podría aprovechar los beneficios de estos extractos a la hora de hablar de plantas como el cannabis y otros elementos naturales. Cuando en 100 gramos de leche hay 125 mg de calcio, en 100 gramos de hoja seca de coca hay 2.196 mg. Lizeth Cabrejo y Ramón Sánchez han realizado ya extractos de cannabis. “Si tú hueles el agua que resulta del proceso de extracción, huele a lo que huele la marihuana”, relata Cabrejo. Y aunque la cuantificación que compruebe la efectividad de los extractos fue el cuello de botella de las investigaciones por un tiempo, pues el país no cuenta con muchos equipos de medición a escala nanométrica que identifiquen los compuestos que se extraen con la nanoagua, se han valido de los pocos laboratorios que prestan sus herramientas al servicio de la reivindicación de esta planta tan malentendida a lo largo de los años.

Otro déficit es la técnica de estandarización. La falta de una normativa que regule los estándares en nanotecnología es otro vacío que se abre a sus pies justo antes de completar la cumbre. Dificulta, esta vez, la posibilidad de comprobar a la nanoagua como una materia prima ejemplar en la extracción de compuestos bioactivos como el cannabis, el cacao o las frutas ricas en antioxidantes como los carotenos, que constituyen 50% de la vitamina A, los flavonoides vegetales, que dentro del cuerpo humano cumplen una función desinflamatoria que previene la mortalidad por cáncer o enfermedades coronarias, y los polifenos, claves en la protección frente a enfermedades degenerativas.

Superar la laguna legal que ni siquiera el propio Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación puede ignorar, parece estar lejos. “Aunque el país haya avanzado en la materia, para el desarrollo de la innovación de base nanotecnológica en Colombia se requiere que el marco político esté articulado con estrategias en áreas prioritarias definidas. Se requiere vincular a la política con los instrumentos existentes en el país.”, expresa el Ministerio.

La única manera en que la nanotecnología encuentra una salida al mercado es camuflada en productos ya aprobados por los diferentes entes reguladores, como los quelatos —utilizados en la agricultura para el manejo de micronutrientes—, que componen el nanofertilizante importado por Eurotrading, avalados por el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA). Cuando Ramón Sánchez tocó a sus puertas con la propuesta de poder crear cualquier tipo de extracto con nanotecnología, ni por un segundo se le pasó por la cabeza que el factor estrella de su producto sería el más despreciado:

—Me dicen que a la final no importa si es nanotecnología o no. Que, si logro demostrar que es un extracto, me dan el registro. En Colombia la nanotecnología no existe ni para el ICA, y mucho menos para el INVIMA.

A falta de una ley que regule los productos a base de nanotecnología en el comercio, el Instituto Colombiano de Normas Técnicas y Certificación ICONTEC se encuentra en la formulación de la NTC (Norma Técnica de Certificación) 6676, para que productos exclusivamente destinados a la nutrición en el agro puedan ser comercializados y lleven en su etiqueta la clasificación de “nanotecnología”, siempre y cuando cumplan con el tamaño de la nanopartícula establecido por la National Nanotecnology Initiative (NNI), su seguridad y eficacia sean comprobados, y sean amigables con el medio ambiente.

—Esta norma para nanofertilizantes agrícolas abrirá el rango de posibilidades para que otras áreas de la nanotecnología puedan ser reguladas —asegura Paola Matiz, gerente general de Improagro S.A.S, una firma que ha contribuido a la construcción de la NTC desde el comité 73 del ICONTEC con la ayuda de los laboratorios certificados por el ICA.

De las cuatro fases que el comité tiene previstas, recién está cerca de culminar la primera, que consiste en el estudio de la forma de la norma.

A la hora de hablar sobre el interés o apoyo a la norma por parte del Estado, Paola Matiz responde con determinación: “No, en ningún momento. Sí nos gustaría mucho que las entidades estatales enfocadas en el desarrollo científico del país pusieran cuidado”.

Más allá de una falencia solo legal o una desconexión de las políticas con los instrumentos de investigación, la incredulidad cultural hace parte de los impedimentos que distancian a la nanotecnología de una empleabilidad activa. Aunque cada vez son más los que se suman a la corriente nano, la fidelidad a los fertilizantes estándar no pierde fuerza dentro del gremio agricultor, por lo que alcanzar el 1% del mercado, por ejemplo, sigue siendo un logro pendiente para los precursores de este pedacito de ciencia.

La nanotecnología, aunque su efectividad es comprobada y aprovechada alrededor del globo, tiene mucho de fe para aquellos sin un equipo de medición nanométrica a la mano, mucho de creer en los resultados de un genio fantasma al que nunca llegaremos a ver, pero que más temprano que tarde saldrá a la superficie de la piel, de las hojas, del agua, de lo que se quiera. Si tan solo entendiéramos que el tamaño nano es mucho más eficiente y que los procesos más trascendentales para la vida ocurren en miniatura, sabríamos reconocer el poder omnisciente del nanouniverso y las oportunidades que nos ofrece desde su lugar a los ojos de nadie, o de muy pocos testigos. Ojalá nos pongamos las gafas y sepamos verla a tiempo. Allí, en todo.

—¿Cuál es la magia de la nanotecnología?

—Somos átomos y moléculas; ADN —manifiesta la doctora Rosa Bustos, y como si incluso por fuera de su laboratorio pudiera verla flotando a su alrededor, levanta la mirada antes de responder —. Son estructuras que no se pueden ver, pero que están ahí. Esa, creo, es la magia.