Facultad de Comunicación Social - Periodismo

De las minas hoy solo saldrán lamentos

La tragedia del 20 de abril de 2023 en Cucunubá fue escándalo nacional, que esta crónica cuenta con detalle para que no caiga en el olvido.

Crónica realizada para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2023-1), con la profesora Laila Abu Shihab Vergara. 

Un grupo de cinco rescatistas se mueve con rapidez y agilidad por pasadizos oscuros y estrechos, únicamente viendo los soportes de madera que conforman las llamadas “puertas” que sostienen la mina, algunas de estas se encuentran derrumbadas y se convierten en obstáculos. Los rescatistas llevan en una camilla a Jordan, tiene 27 años y vive en Santa Bárbara, sufre de la tensión y grita confundido preguntando dónde está y quiénes son los rescatistas, ellos le responden sin dejar de moverse: “somos del salvamento minero Jordan, hubo un accidente y lo vamos a sacar de la mina”.

Los rescatistas se arrastran entre escombros, suben por huecos y rampas, haciendo su mejor esfuerzo por evitar golpear la camilla de Jordan contra cualquier obstáculo. Ven una luz, un hueco en el techo de la mina, un rescatista sube y ayuda a levantar a Jordan a la superficie, suena un silbato y salen los otros cuatro, completamente sucios, mojados y exhaustos. “Muy bien muchachos”, les dice su instructor. 

Esto es un ejercicio de simulacro de rescate, no están en una mina, están en la estación de Ubaté del centro nacional de minería, un edificio de ladrillo construido para ser casi igual a una serie de diferentes centros de salvamento minero alrededor del mundo. Su gran travesía con Jordan no fue más que un ejercicio en un circuito creado para simular un rescate en mina. Jordan es un maniquí de 120 kilos, su identidad fue completamente fabricada para asegurarse de que los rescatistas no olviden que están rescatando a un ser humano que tiene miedo y que quiere volver a ver a su familia.  

Once mineros del grupo de mantenimiento de las minas de carbón El Cóndor, El Roble y Manto Seis llegan a su turno a las 9 de la noche el martes 19 de abril de 2023, una hora antes de iniciar su trabajo, pues como en la mayoría de minas de Cucunubá, Cundinamarca, deben recibir una charla de seguridad antes de entrar a realizar sus labores. Germán Rondero, trabajador de la mina Manto Seis, presta atención de a ratos a la charla, tiene que escuchar charlas así todos los días, por lo que los consejos y advertencias se mezclan en su mente, solo vagamente recuerda que ese día hablaron sobre autocuidado y cuidado del compañero en la mina. Cuando ya es hora de entrar se le notifica que unas “puertas” (soportes de madera de la mina) necesitan arreglo, por lo que es enviado junto con su compañero Wilson René a repararlas. Ese día Germán entra a trabajar como de costumbre, la bocamina, tan oscura como siempre, solo deja ver sus paredes rocosas y sus soportes de madera por unos metros, acabando en una oscuridad total que los mineros combaten con las linternas de sus cascos. Armados solo con herramientas y la madera para reparar las puertas, Germán y Wilson bajan en una vagoneta hacia los soportes que requieren su atención.  

Son las 12 de la noche y es 20 de abril, fecha que no podrán olvidar. El tiempo pasa rápido por la concentración total que requiere este trabajo. Wilson prepara las herramientas mientras Germán baja la madera de la vagoneta, solo le falta bajar dos palos cuando se escucha un estruendo. Ni Germán ni Wilson ven nada, pero segundos después sienten una onda expansiva; Germán siente el impacto pecho arriba, pecho abajo está protegido por la vagoneta en la que esta sentado, mientras que Wilson recibe el impacto en todo su cuerpo. En sus 17 años de experiencia en minas, Germán jamás había experimentado algo así, su mente preocupada empieza a pensar, en unos pocos segundos piensa en su esposa, piensa cómo estarán sus otros 10 compañeros, piensa qué pudo haber pasado, piensa, piensa, piensa, unos segundos después voltea a mirar a Wilson.

– ¿Qué paso? 

– No sé… 

Sin poder decirse más que un par de palabras son golpeados por una segunda onda expansiva, más fuerte que la anterior, el aire a su alrededor se llena de tierra y de un olor a llanta quemada, Wilson sale disparado contra la vagoneta en la que Germán se refugia. Ambos quedan en shock por unos minutos, su mente está aturdida y busca respuestas, lo único seguro para los mineros es que algo anda mal y deben salir de ahí. Germán se baja de la vagoneta, la tierra en el aire no le permite ver sus propias manos incluso con su linterna encendida, como puede llama a Wilson, quien se encuentra en el piso contra la vagoneta. 

-Compañero vámonos, vámonos. 

– ¡No se ve nada! 

-Agárrese de los rieles, esa es nuestra vía de salida. 

Germán y Wilson se arrastran por el piso de la mina, usando los rieles de la vagoneta para orientarse por las cavernas ahora completamente oscuras por la tierra en el aire, a las 12:45 de la madrugada, a cien metros de distancia de donde recibieron la onda expansiva, encuentran un espacio donde llega aire de un ventilador que aún funciona, aquí pueden ver y respirar mejor, están en un túnel como cualquier otro, rodeados por roca y los soportes que hay cada diez metros, el olor a llanta quemada no se va a pesar de la ventilación extra. Deciden esperar a los rescatistas aquí, temiendo encontrar un derrumbe o un gas mortal si continúan su camino. Un tiempo después, al mismo punto ventilado llegan Yeferson Ruiz, de 30 años, y Pedro Rojas, de 66 años, dos mineros igual de confundidos que Germán y Wilson. Lo primero que se preguntan es si saben qué pasó, y luego si están bien, acuerdan seguir esperando el rescate en este espacio seguro. Germán toma un sorbo de aguapanela que trajo al trabajo, sus compañeros también toman de sus bebidas que varían entre agua, gaseosa y jugos, pasan las horas en casi completo silencio, los mineros no hacen mucho más que mirar sus caras sucias, tristes y preocupadas, nadie quiere hablar, el único confort de los mineros ahora mismo es tener oxígeno.  

Se acercan las tres de la mañana y el grupo siente el aire diferente, ya no escuchan el estruendoso ventilador y el polvo empieza a acercarse, todos se levantan, Germán se acerca al aparato y confirma los temores del grupo, el ventilador no funciona. Los mineros empiezan a angustiarse pensando en su siguiente movimiento, ¿deberían quedarse ahí?, ¿deberían intentar salir?, ¿buscar otro ventilador?, nadie se mueve pensando qué hacer. Pasan diez minutos de angustia y el estruendo que normalmente les fastidia, les da tranquilidad como nunca, el ventilador vuelve a funcionar, pueden seguir esperando. 

Quince minutos después del susto con el ventilador Germán escucha movimiento, muy lejos como para poder comunicarse con quien estuviera haciendo el ruido, pero sabe que son los rescatistas moviendo escombros, pasan otros 15 minutos y ven una luz prenderse y apagarse a lo lejos, Germán recuerda su entrenamiento de seguridad, y reconoce esto como un código entre el rescatista y el minero para saber si hay alguien ahí. Germán rápidamente responde a los flashes de luz apagando y prendiendo su casco, poco después, escuchan a unos 20 metros una voz levemente distorsionada, como de radio ,proveniente de los implementos de comunicación del casco de un rescatista. 

– ¿Como están? 

– ¡Bien gracias a Dios! 

– ¿Quiénes están ahí? 

-Está don Pedro Rojas, está don Wilson Poveda, está Alexander Ruiz y está Germán Rondero. 

-Quédense ahí, ¡ya bajamos por ustedes! 

En cuestión de minutos el grupo tiene al frente a un grupo de socorristas, todos uniformados con overol reflectivo indicando su tipo de sangre, casco con linterna, botas de seguridad y máscara de gas conectada a una enorme mochila negra, El Dräger BG 4 plus, un respirador que permite a los rescatistas trabajar a toda capacidad en ambientes contaminados de cuatro a seis horas, dependiendo de la intensidad de su respiración. Los rescatistas les informan que dos de ellos los acompañarán a la superficie mientras que el resto siguen buscando sobrevivientes.  

El grupo, ahora asistido por dos socorristas, parte a las tres y media rumbo a la salida, el camino es complicado, el aire es pesado, pero continúan, tomando múltiples descansos en el camino para evitar fatigarse. Pedro, por sus 66 años, es quien más preocupa al grupo, le preguntan constantemente si necesita descansar, el grupo va lento pero seguro, descansando cinco minutos cada cincuenta o cien metros. Sus preocupaciones se irían casi por completo a las seis de la mañana, hora en la que finalmente saldrían de aquel infierno, el aire fresco golpeó sus caras y recibieron aplausos de más de veinte personas que los vieron salir, aquí los cuatro se separaron, cada uno iría a una ambulancia. A pesar de que ellos cuatro estaban bien, seguían preocupados por una cosa, ¿qué paso con los otros siete? 

Cuatro personas rescatadas, siete aún perdidas, las labores de rescate no se detienen. A las nueve de la mañana siguen llegando rescatistas, pues se necesita la ayuda de personas más experimentadas para acceder a las zonas más complicadas de las minas, entre estas esta Mario Contreras, quien dejó la comodidad de su casa en Chivatá, Boyacá, para viajar tres horas hacia Cucunubá, todo por su juramento de rescatista, siempre estar disponible para ayudar al compañero. 

Mario llega a Cucunubá, un paisaje repleto de montañas recortadas por explanaciones, árboles, hornos de coquización humeantes (silos de ladrillo donde se procesa el carbón), minas aun funcionando en plena emergencia y montañas de carbón listas para vender o para ser procesadas en coque, un tipo de carbón utilizado para la metalurgia. Si no lo hubieran llamado, Mario no pensaría que hay emergencia alguna. Finalmente, a las nueve de la mañana Mario llega al sitio del accidente, evita a las personas, pues sabe que si le ven le bombardearán con preguntas, solo busca entrar a las minas a realizar su labor. Los alrededores de la mina tienen gran presencia de bomberos, defensa civil, policía y militares, Mario alcanza a observar de reojo una carpa blanca de la alcaldía donde están los familiares de los mineros que aún yacen atrapados, entre ellos Mario observa a varios niños, tal vez hijos de las víctimas del accidente. 

Mario se encuentra con su equipo y le comentan la situación, deben entrar por una mina vecina, La Quinta, esto para descender más rápido usando la vagoneta de esta mina. La Quinta y las tres minas afectadas por el accidente habían estado conectadas hace no mucho tiempo, pero por conflictos económicos se selló la conexión con bolsas de arena, cosa que salvó a los empleados de La Quinta de convertirse en víctimas de esta explosión. Los rescatistas descienden, quitan el bloqueo entre minas y se ponen a trabajar, poniendo ventiladores como los que salvaron la vida de Germán para limpiar gases tóxicos, permitiendo la entrada de rescatistas menos experimentados para que ayuden con las labores. Continúan unos metros, pasan por la vagoneta en la que Germán y Wilson habían recibido la onda expansiva inicial, encuentran una vagoneta volteada con tres mineros muertos a su alrededor, una situación triste, pero que según Mario ya no le afecta como antes, pues está acostumbrado a sacar cadáveres de las minas. Mario y su equipo proceden a envolver los cuerpos en bolsas blancas, poniéndolos en camillas especializadas para permitir movilidad sin arriesgar al cuerpo, hablándoles como si siguieran vivos para alivianar la situación. 

-Parcero, yo vengo de la Agencia Nacional de Minería le voy a colaborar, su familia está afuera esperándolo, ayúdeme para poderlo sacar. 

Con los cuerpos ya embolsados, y el oxígeno de sus respiradores bajando, deciden dejar los cuerpos listos para transporte, subiendo a la superficie no sin antes informar por radio que hay tres cadáveres listos para evacuar. Al llegar a la superficie ve a los bomberos hablándole a la prensa como si ellos estuvieran haciendo los rescates, a Mario le dejó de importar esto hace mucho, su labor es rescatar a sus compañeros, que ellos le hablen a la prensa si quieren. Se escabulle de las personas solo deteniéndose para darse una ducha en los baños de la mina y se va a su casa, satisfecho por un trabajo bien hecho, su compromiso, regresar al día siguiente, cuatro almas más yacen bajo tierra.