Un barrio donde no caen las gotas
En el barrio Bella Flor, en Bogotá, el servicio de acueducto es inexistente para las invasiones. Como sea, los habitantes se ven obligados a conseguir agua.
Reportaje realizado para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (cuarto semestre, 2023-1), con el profesor Fernando Cárdenas.
Por el lugar en que Marvin y su familia construyeron su hogar, pasa una manguera sin fuerza ni presión que hace las veces de un rústico canal de alcantarillado. El agua que por allí se conduce presenta una suerte de deseo nocturno: sólo fluye cuando el sol se aleja por el oeste, a la luz del día desaparece. En ese período, deben almacenarla en sus cuatro cubetas. Si la noche les sonríe y la mañana es prolija, se llenan: los gastan en sus necesidades básicas, en cocina y lavado de ropa.
El agua deben hacerla rendir. No se sabe cuándo puede escasear. Porque no siempre llega. Y hay semanas en las que, incluso, no ven caer una sola gota a sus baldes. Su casa es una invasión y allí la Alcaldía de Bogotá, junto a sus empresas de servicios adjuntas, no están en la obligación de dotar al barrio con un sistema de acueducto.
El abandono de la alcaldía a las invasiones forzó al barrio Bella Flor a regirse por su propia ley. Se creó un pequeño monopolio de servicios básicos. Se formó un negocio clandestino. Para poder tener agua, hay que abonar a un “gota-gota”. “Pagué 250.000 nada más por la manguera –explica Marvin–. Di 100.000 primero para que me pasaran la tubería”. Este tipo de acuerdos han sido la solución para la comunidad.
Según el artículo “Proliferación de Asentamientos Ilegales en Bogotá D.C.”, escrito por Ernesto Cuéllar, en 2017, se registró un aproximado de 20.032 invasiones en 13 de las 20 localidades de la capital. La Secretaría del Hábitat reporta, a su vez, que Ciudad Bolívar se ubica como una de las localidades con mayor número de ocupaciones de este tipo.
“Es un negocio, en verdad, sin papeles”, menciona Marvin, refiriéndose al pago que se le realiza al dueño de la red de tuberías para la comunidad. “Es ilegal, pero es mejor no andar diciéndolo en voz alta”, concluye. Se percibe en las palabras de Marvin un cierto dejo temeroso al hablar sobre el sistema de acueducto: si no hay pago oportuno con los “gota-gota” puede ocurrir, en el peor de los casos, que se pierda hasta el “ranchito”.
La ley 812 de 2003 establece: “la prohibición de recursos públicos en asentamientos originados en invasiones o loteos ilegales realizados con posterioridad a la vigencia de la presente ley”. A grandes rasgos, las entidades prestadores de servicios públicos, como el Acueducto, por ejemplo, se abstendrán de ejercer sus labores en el lugar donde Marvin tiene su casa. Desde hace más de ocho meses viven allí. Y –advierte– no esperan que el Estado llegue pronto a legalizarlos.
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A pocos metros debajo de la casa de Marvin Benítez y Deunis Alarcón, su esposa, lleva su curso un pequeño río que rodea todo el vecindario. En él pululan la basura de varios días y una espuma que emana un olor contaminado y molesto al olfato. Allí van a parar, gracias a un tubo blanco hecho en PVC, los vertimientos de los habitantes de Bella Flor. No hay un caño subterráneo que permita el tránsito disimulado de aguas negras. El barrio se expone, sin una veeduría exhaustiva y rigurosa del Distrito Capital, a microorganismos infecciosos que producen enfermedades virales.
La suciedad del río es una confrontación más entre las varias que surgen entre la comunidad. Unida a esta última, se encuentra la escasez de agua. “A veces dura hasta tres días sin llegar”, indica Deunis. Cuando esto ocurre, deben visitar a sus vecinos más próximos para pedir agua regalada y, agrega, “nos limitamos un poco: no estar lavando; friego no más lo que se va a necesitar”. La ropa de todos, cuando el agua está agotada, no puede quedar lavada el mismo día. Y ocurre, en ocasiones más puntuales y difíciles, que suelen ser más de tres días de escasez.
Deunis compartió el final del 2022 con su familia en una celebración cuyo foco principal no fue la música ni la felicidad. Fue la escasez de agua. “Nosotros del 31 de diciembre al 10 de enero nos quedamos sin agua. Cortaron la manguera en este lote”, cuenta Deunis. La única persona encargada del mantenimiento de la tubería que Marvin adquirió no se encontraba en la ciudad. No hubo arreglo hasta entonces. Como sí lo habría si existiese un servicio público en la zona y el acueducto acudiera a resolver la falla en la tubería. “Este ha sido el período más largo en el que nos hemos quedado sin agua”.
La Alcaldía de Bogotá es consciente, según palabras de Deunis, de que los servicios de tubería artesanal, propios de las invasiones, son inevitables e inherentes a la situación de los predios. Por esta razón, la Secretaría del Hábitat y el Plan de Ordenamiento Territorial se encuentran en el proceso de legalizar más de 214 de estos asentamientos, de acuerdo a entrevistas realizadas por revista Semana en 2017 a la anterior Secretaria del Hábitat, María Carolina Castillo. A 2022, el Estado ha legalizado, tan sólo en Ciudad Bolívar, 61 barrios. Bella Flor está a la espera de sumarse a la lista. Es el deseo de Deunis y su familia. Tener, de una vez por todas, su hogar sin ningún tipo de irregularidades.
“Nos gustaría que legalizaran todo y nos pusieran para pagar los servicios, pues ya estaríamos cómodos. Porque ya es una propiedad de uno”, dice Deunis. Al haber entrado en un censo, su casa es intocable. Aun así, se desconoce el tiempo de espera. El hogar de Marvin, Deunis, su hermano y su hijo cumple con los requisitos principales de la Secretaría del Hábitat para ser legalizado. No está ubicado en ninguna zona de riesgo. Tampoco ha sucumbido ante las fuertes lluvias de la ciudad, puesto que los cimientos de madera le brindan estabilidad al hogar. Varios de sus vecinos, quienes construyeron sus casas cerca al río, debido a la fragilidad del suelo, fueron reubicados y obligados a dejar sus hogares –que fueron demolidos a posteriori– por órdenes del Palacio Liévano.
Se espera que Marvin y Deunis muy pronto adquieran los beneficios que ofrece el Estado y, así, no dependan de una manguera sin fuerza ni presión que haga las veces de un rústico canal de alcantarillado. En su lugar, obtendrán agua constante. Una que no desaparecerá en las festividades de año nuevo. Y recibirán, como si no fuera suficiente, un tratamiento de aguas residuales. El riesgo de sufrir enfermedades disminuirá. Entonces las problemáticas de Bella Flor no serán más que anécdotas contadas entre risas y galletas.