El amor patriarcal y sus efectos colaterales
¿Acaso la atracción erótica es suficiente para crear un vínculo amoroso? ¿Por qué seguimos perpetuando los mismos patrones del amor romántico?
Texto realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo I (primer semestre, 2022-1), con el profesor Miguel Ángel Manrique.
“Quizás a ti lo que te hace falta es sentirte amada, y yo no puedo darte eso”. Eso me dijo un muchacho con el que había tenido sexo varias veces, y con el que pensé tener una relación amorosa. Mientras me ponía la ropa interior, me pregunté: ¿Qué era el amor para mí en ese momento? No lo pensé mucho; el sexo se trataba de una moneda de intercambio emocional, en la que la transacción final se completaba cuando me buscaban después del encuentro y querían construir una relación sentimental conmigo.
¿Acaso la atracción erótica es suficiente para crear un vínculo amoroso? Aunque a veces actúa como un elemento de adhesión en relaciones difíciles, no es necesariamente signo de amor. Podemos experimentar una conexión erótica muy fuerte con una persona desconocida, pero esta conexión no genera automáticamente respeto, ni compromiso ni confianza. También pueden existir relaciones que prescinden del deseo sexual y son igualmente satisfactorias. Sin embargo, una gran mayoría de hombres está convencido de que la atracción erótica indica a quién deben amar, así se encuentren en relaciones profundamente tóxicas. En esta sociedad patriarcal se ejerce una presión inmensa sobre ellos para que estén satisfechos en estas relaciones, pasando por alto todo lo esencial en una: cuidado, compromiso, confianza, conocimiento, responsabilidad y respeto. En cambio, a nosotras las mujeres nos han enseñado que lo verdaderamente importante es la conexión emocional, restándole importancia a otras necesidades igual de valiosas. Pensamos que es mejor tener una pareja, así no satisfaga nuestros deseos, a no tener ninguna. Si los hombres fueran educados para desear el amor, y no solo una satisfacción sexual, estaríamos educando a hombres con capacidad de dar y recibir amor y, si educáramos a las mujeres para comunicar sus necesidades y deseos sexuales, podríamos darle voz a nuestro anhelo de amor y así construir relaciones más sanas.
Aun así, seguimos perpetuando los mismos patrones. El verdadero amor es un mito, como muchos que nos hemos creído desde que somos niños, que intentamos llevar a cabo en la vida real. Las narrativas del amor romántico son muy parecidas; se trata de un producto cultural que tiene una estructura repetida en todas las sociedades patriarcales y, en esencia, habla de lo mismo: el amor idealizado. Este amor, cargado de estereotipos, provoca dolor porque no es como lo venden. En ese sentido, nos envuelve en una insatisfacción permanente por la diferencia abismal entre el deseo y la realidad que vivimos. El amor romántico es dañino porque, además, implica que el amor es algo que sucede así nomás, y que no involucra nuestra voluntad; es mejor “caer enamorado”, porque así nadie podría responsabilizarte de lo que haces por él.
Nuestra cultura nos dice que, una vez encontrado, el amor verdadero está destinado a ser para siempre. El mito de la media naranja, derivado del mito de Aristófanes, supone que los humanos fueron divididos en dos partes que vuelven a unirse en un todo absoluto cuando encontramos a nuestra “alma gemela” (Herrera Gómez, 2007. Los mitos del amor romántico en la cultura occidental). Esto expresa la idea de que estamos predestinados el uno al otro; o sea, que la otra persona es inevitablemente nuestro par, y solo con ella nos sentimos completos. Las relaciones no son para toda la vida, pero estas pueden durar si los dos miembros están dispuestos a mantener su compromiso con el amor. Muchos hombres huyen de esto porque prefieren tener el poder antes que el amor; el poder controlar a la otra persona, el poder manipular a su pareja, el poder económico, entre otros. La masculinidad patriarcal busca que los varones hagan todo lo posible por mantener su posición de dominio, hasta en sus relaciones, que deberían ser seguras, en las que no existe voluntad de poder. La intimidad solo puede surgir de la confianza, y en este caso, no puede existir una relación auténtica.
Para construir relaciones auténticas, sanas y en las que exista un amor real, debemos aprender a pensarnos esto de distintas formas. Considero que no debemos verlo como una atadura, sino como una decisión autónoma que implica una responsabilidad con el otro y sus sentimientos, y también con la integridad propia. Comunicar nuestras necesidades es fundamental porque no podemos esperar que la otra persona pueda adivinarlas, y tampoco deberíamos pensar que esto nos hace débiles. La vulnerabilidad no es una cualidad negativa; permitirnos ser vulnerables con nuestra pareja es abrazar ese amor auténtico que nos acepta como somos, sin intenciones de cambiarnos. ¿Si no hay amor auténtico, entonces qué?