Dicen que…
Una reflexión sobre el culto enfermizo que hemos construido como sociedad al enaltecer la superación personal a toda costa: humillaciones y sobreexplotación como signo de disciplina.
Texto realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (segundo semestre, 2022-1), con el profesor Guido Tamayo.
Dicen que “cuando una puerta se cierra, otra se abre”. Eso dicen, pero yo no les creo. Una vez se me abrieron diez, las diez se cerraron -y parece que once más se soldaron-. Naturalmente no soy la única a la que le pasa; no sé si esto me consuela, o, por el contrario, me arrastra más hacia la idea injusta de una sociedad que ha decidido medirnos a todos con la misma vara.
Romantizar la explotación emocional, física y mental, se ha convertido en el mareo de muchos que intentamos caminar en línea recta. De repente se supone que debemos dar más de lo que tenemos e, irónicamente, conformarnos con recibir menos de lo que esperamos.
A mí, que me habían enseñado que el ciclo de la vida era nacer, crecer, reproducirse y morir, me tomó por sorpresa entender que, a lo que sea que rige el mundo, se le olvidó aclarar que todo funcionaba distinto -o al menos enviar un manual de instrucciones-.
Nacer. Crecer entre caras sin rostro y entre rostros inventados para no morir ahogado en el consumo de la academia, de la sociedad, de uno mismo. Reproducirse (tal vez sí, tal vez no). Pero no morir, porque la muerte ya quitó suficientes minutos: entonces uno gana y ella pierde.
Últimamente la vida se ha convertido en un dudoso triunfo, porque no me explicaron desde el inicio cómo funcionaba el juego; o bueno, a nadie. Porque el concepto de competencia sana nunca ha existido, mucho menos “envidia de la buena”. Porque enrutan cada paso que damos para que parezca insuficiente, cuando en realidad el simple hecho de mover cien músculos ya es ganancia. Porque nadie sabe lo que es triunfar, aunque triunfemos todo el tiempo.
Dicen que “el cielo es el límite”. Eso dicen, pero yo no les creo. Porque dicen y dicen, pero yo no he conocido al primero que lo haya tocado sin haberse caído en picada después.
*Columna inspirada en “El Dudoso Triunfo” de Irene Vallejo.