Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Un alma de carne y hueso

La muerte de un ser querido nunca se olvida, solo se aprende a vivir con esta; así que aquellos que se fueron algún día, merecen ser recordados.

Perfil realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (segundo semestre, 2021-2), con la profesora Aleyda Gutiérrez Mavesoy.

Aunque en el año 1955 se dio por primera vez que las mujeres mexicanas acudieran a las urnas a emitir su voto, para ser más exactos un 3 de julio, en este texto no hablaremos específicamente de la vida de una mujer.

El año y el mes mencionados anteriormente concuerdan con la fecha de nacimiento del anfitrión del texto, un hombre excepcional, alto, con un tono de piel canela bastante cautivador, ojos color miel acompañados por unas gafas de lente redondo, bigote, barba y unas hermosas y pobladas cejas y pestañas. El 25 de julio de 1955 decidió llegar a su nuevo mundo el señor Jaime Villamizar Arteaga, con el objetivo de terminar de conquistar a la mujer que lo llevó en su vientre por nueve meses y por defecto al hombre con el que ella decidió quedar en embarazo.

Curiosamente, los primeros años de su vida fue de un tono de piel bastante claro y su cabello era mono. Podría parecer europeo, pero nació en una ciudad bastante fría de Colombia, tan fría como el frío que él sentía en la soledad de ser el hijo único, nació en Bogotá D.C. Siempre fue un niño muy juicioso y dedicado a lo que hacía, le ayudaba a sus padres en lo que le solicitaran. Pronto, en definitiva, se le fue acabando esa soledad y se fue bajando de ese trono que tenía como hijo único, pues empezaron a nacer cada una de las que próximamente serían sus hermanas.

Así fue como la familia de Jaime se agrandó. Año tras año fueron naciendo unas cuantas mujeres. En su totalidad, fueron cinco: María Villamizar Arteaga, Elizabeth Villamizar Arteaga, Smith Villamizar Arteaga, Carolina Villamizar Arteaga y, por último, María Eugenia Villamizar Arteaga.

Jaime hizo toda su educación primaria y secundaria en la ciudad de Bogotá. Sería importante aclarar en este punto de su vida, que, aunque siempre fue un joven muy educado y lleno de virtudes, así mismo cometió unas cuantas travesuras de típico niño colegial. Una anécdota muy pertinente de recordar fue cuando en primaria una vez uno de sus compañeros lo estaba molestando hasta el punto de sacarlo de quicio, y Jaime encontró como una muy buena solución enterrarle el lápiz en la cabeza al otro niño, por lógicas razones fue llevado a coordinación y aunque este suceso hubiera podido ser una causal de expulsión, no fue así.

A medida que su vida fue avanzando, decidió estudiar economía y así fue como empezó a trabajar en la DIAN. Su cargo inicial no fue uno muy importante, pero al final logró convertirse en el jefe de exportaciones e importaciones de esta. Laboraba en Bogotá y como todo buen hombre, encontró a quien sería, por un tiempo, su buena mujer: Elizabeth Díaz, su primera esposa y con la cual tuvo una hija. Su relación no duró mucho y al tiempo Jaime fue trasladado por cuestiones de trabajo a una ciudad totalmente diferente, sobre todo en clima, la capital de Norte de Santander, Cúcuta, donde no sabía lo que le esperaba y mucho menos se imaginaba encontrarse al amor de su vida allí, una santandereana.

Jaime, a falta de ocupaciones, decidió ejercer también una labor extra como docente de una universidad muy famosa en Cúcuta, la Universidad Francisco de Paula Santander, o como le dirían allá “la Pacho”. Y precisamente allí conoció a aquella mujer que por fin logró robarle el corazón del todo: Luz Marina Andrade Reyes. Decidió iniciar una relación sentimental con ella y al cabo de mucho tiempo buscando expandir la familia, lo lograron. El 16 de octubre de 2002 nació la que sería su segunda hija, y en el caso de Luz Marina, la primera niña de sus ojos.

Jaime rehízo su vida en Cúcuta. Su primera hija terminó el colegio justo en 2002 y decidió irse a estudiar psicología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y así mismo aprovechar para vivir con su madre.

Pasaron los años, muchos, y algo extraño estaba ocurriendo en su cuerpo, pero nadie daba con “el chiste”. Jaime venía sintiéndose mal, y de un momento a otro decayó, todo después de un gran viaje a París, el cual se podría decir fue el último viaje de vacaciones en su vida. Luz Marina ya se estaba empezando a preocupar y allí fue cuando decidieron buscar muchísimos más doctores, en cualquier ciudad posible, hasta que al fin uno de ellos pudo descifrar el enigma que estaba carcomiendo a Jaime por dentro.

Cáncer, el temido cáncer. Sí, Jaime tenía esa bacteria en su cuerpo desde hace mucho tiempo, pero por falta de controles y chequeos no pudieron detenerla a tiempo. El cáncer y Jaime se volvieron como mejores amigos, solo que, si nos ponemos a observar, ese tipo de amistad es la más tóxica que puede haber, ¿no?, el uno se come al otro hasta que de un momento a otro lo hace dejar de respirar. Quimios y radioterapias. Hasta que llegó el peor de los enemigos, la metástasis. La metástasis llega para no dejarte volver, esa sí que te absorbe hasta lo que ya está dañado, así que ya se puede saber más o menos el final de esta historia.

Solo queda por decir en este momento que el cielo está de fiesta cada 26 de julio.