El vaquero no solitario de Colombia
La octava descendencia de los Lozano Torres escribe para entender la historia de una familia del Tolima que ha expandido su linaje hasta Roma.
Perfil realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2021-2), con el profesor Fernando Cárdenas.
Es una escritura para hacer catarsis, para inmortalizar a mi abuelo. En su vida, el señor Jorge Arturo Lozano Torres tuvo cuatro hermanos: Aurora, Atanael, Josías y Miguel. Sus padres fueron Dolores Torres y Abundio Lozano, unos campesinos dedicados a la ganadería en el municipio de Chaparral, Tolima.
Sobre la historia de vida de los familiares de Jorge Arturo no es posible brindar un balance positivo. La hermana de Jorge, Aurora, fue reclutada por la guerrilla cuando apenas tenía 14 años, mientras toda la familia fue expulsada del lugar donde residían. Dolores Torres y Abundio Lozano fueron incinerados vivos y asesinados. Dos de los cuatro hermanos, Atanael y Jorge, junto con Luis Enrique y Juan de Dios Torres, se escaparon a Neiva en el momento en que las FARC reclutaron a la única hija de los Lozano Torres. Josías y Miguel eran niños de brazos y nunca se supo que pasó con ellos después del desplazamiento forzado.
Cuando llegaron al departamento del Huila los sobrevivientes, una señora que era dueña de unos restaurantes al verlos a todos juntos los recibió y los convirtió en sus hijos. Casi todos cuando crecieron llegaron hasta a la hacienda agrícola Media Luna, localizada en El Salado. El casino para empleados del latifundio los recibió, puesto que estaban en condiciones aptas para trabajar las labores del campo. Jorge Arturo trabajó en ganadería, Atanael aprendió a manejar el tractor, Juan de Dios Torres, en cambio, cuando trabajaba porque para ese entonces era una persona muy mayor.
Luis Enrique no se quedó con ellos y caminó hasta Ibagué. Tuvieron que pasar 40 años para que Jorge Arturo y Luis Enrique se reencontraran. Cuando ellos se rejuntaron, en las noches cuando tomaban trago, sus hijos escuchaban por las paredes de la casa que entre ellos decían que se irían a Chaparral “a hacer un daño”. Ellos sabían quienes habían cometido los asesinatos de sus padres y querían vengar su muerte. Esos niños que jugaban en esas veladas son Albelda Torres, Denise Torres y Roy Torres en Obando.
Jorge Arturo y Luis Enrique
El señor Jorge Arturo trabajaba en la hacienda Media Luna cuando conoció a María Nidia Arboleda, su futura esposa. En aquella época el amor entraba por los tobillos porque los vestidos de las mujeres no mostraban los atributos de las damas. Jorge iba a visitarla al barrio La Gaviota de la ciudad de Ibagué a caballo. Ella vivía en una casita muy pequeña y era hija de Anatilde Pérez y Julio Cesar Arboleda. Este último vivía en Pereira y había tenido en un primer matrimonio cinco hijos con otra esposa: Jairo, Augusto, Julio Cesar, Alberto y Gloria. Jairo, el medio hermano de Nidia, trabajaba con el señor Jorge Arturo en la hacienda Media Luna, y después cuando Jorge y Nidia se retiraron de trabajar en ese lugar, los ayudaba en el negocio que establecieron en el que vendían leche.
Jorge Arturo no tenía estudio, pero sabía leer y escribir. Se le dificultaba efectuar algunas operaciones elementales como la resta y la división, pero había sido certificado por la Universidad del Tolima y daba clases a estudiantes universitarios de la facultad de Veterinaria de esa universidad. El señor Baudilio Hoyos, doctor en Veterinaria, era muy cercano a Jorge porque ambos trabajaban en la hacienda Media Luna. Fue don Baudilio la persona que le permitió a Jorge dar clases a universitarios que cursaban los últimos semestres de carreras afines al campo. Este último daba clases y ayudaba en proyectos de grado de algunos estudiantes porque su conocimiento sobre el campo no tenía límites. Él inventó un método de inseminación que descrestó a los catedráticos de la Universidad del Tolima, cuando a un toro que no quería inseminar a las vacas le quitó un pedazo de la carne que envuelve el prepucio, para que este animal quedara como un ternero y pudiera seguir preñando a las vacas. Baudilio, al observar este nuevo descubrimiento, invitaba a los estudiantes para aprender este nuevo método de inseminación para vacas.
El conocimiento que transmitía a las comisiones que llegaban de la Universidad del Tolima resultaban ser, inclusive, de carácter tradicional y místico. Esto lo demuestra un procedimiento que él realizaba a la cola de los caballos para que esta tuviera una forma elevada: un atractivo que en las exposiciones equinas era visto por los jueces con buenos ojos. A las mujeres estudiantes que llegaban a aprender sobre sus conocimientos, cuando estas tenían la menstruación, no las dejaba estar durante el procedimiento porque él creía que los caballos a intervenir podían desangrarse durante los procedimientos. El conocimiento que le transmitió a él, Baudilio, Jorge lo apreciaba y se lo retribuía con este tipo de acciones que favorecían a los estudiantes universitarios a los que el catedrático daba clases.
Jorge Arturo transmitía un conocimiento sobre los animales de carácter místico
Siendo un hombre que no tenía estudio, era una persona muy inteligente que jugaba con el mundo financiero. Llegó a negociar dos camionados de ganado sin tener un solo peso a través de cheques que gestionaba con un señor de apellido Gamadiel, gerente del banco cafetero. Este señor le entregó una chequera a Jorge que usaba para girar cheques sin tener fondos en el banco. Gamaniel autorizaba los sobregiros, Jorge vendía el ganado y pagaba los sobregiros, y entre los dos se dividían las ganancias de las cabezas de ganado. Así fue que pudo hacer una fortuna pequeña que le permitió enviar a su hijo mayor, Henry Lozano Arboleda, a Cartagena a estudiar a la marina, y a su única hija a Bogotá, a estudiar derecho. Hoy en día todo el mundo trabaja la plata de los bancos, pero en esa época todo se manejaba diferente.
Aparte de ser una persona que trabajaba con el mundo bovino, Jorge Lozano era una persona que amaba el mundo equino. Él era amansador de caballos o domador de bestias vírgenes. Los caballos montunos (de monte) eran seres vivos salvajes que Jorge convertía en bestias de paso fino. Un día estaba con su hijo mayor y con don Custodio, un ordeñador amigo suyo que lo acompañó durante muchos años. Ellos se encontraban en ese momento en el extinto cerco de piedra de la hacienda Gualanday dándole vueltas a un potro. Arturo le estaba dando vueltas al animal en círculos con una soga para que este aprendiera a bailar al ritmo del paso fino colombiano, cuando de repente el equino se asustó. Él para domarlo cogió un látigo y le pegó, pero el mamífero súbitamente se le soltó de la mano y arrancó a correr precipitadamente, sin darse que cuenta que adelante en el camino había una cercha de hierro contra la que estrello y murió. Jorge se arrimó a la bestia, la contempló, permaneció en silencio por unos cuantos segundos y lloró. “Lo acosé demasiado”, decía de camino a casa, cuando estaba platicando con su hijo durante el camino.
Sus hijos cuentan lo apasionante que era poder estar con él en una exposición equina porque tan solo con ver a un animal, podía contarle a cualquier persona toda la historia de ese ser vivo. Él era tan buen amansador que le pudo ganar a uno de los caballos de Jorge Luis Ochoa en una exposición equina. Este señor era el papá de los hermanos Ochoa, la familia que tenía los mejores especímenes del país. Sus bestias eran reconocidas a nivel nacional y en otras latitudes, con inversiones multimillonarias en cuidadores y veterinarios para garantizar la calidad de los equinos. El señor Jorge Luis Ochoa le ofreció $300000 COP, que en esa época era mucho dinero, pero Jorge Arturo no quiso vender su caballo por lo orgulloso que se sentía. Mucho tiempo después cuando conversaba con sus hijos, confesaba que el no haber vendido el caballo fue un error, porque después tuvo que ofertarlo por un costo mucho menor. Cabe destacar que el señor Lozano coincidía en este tipo de eventos de carácter público con estos personajes por la afición que compartían por los caballos, pero nunca estuvo involucrado en ningún tipo de amistad o relación con ellos.
Jorge Arturo en un caballo de paso fino
Cuando Jorge murió, la señora Nidia, su esposa, tuvo que vender el caballo en el que se infartó. Jorge en vida se realizó una cirugía a corazón abierto en la clínica Shaio de Bogotá, después haber sufrido tres paros cardiacos que casi le causan la muerte. El medico después de haber realizado la intervención, le generó una larga lista de recomendaciones que debía acatar para garantizar el éxito de la operación. Su doctor le dio una esperanza de vida de 15 años después del procedimiento quirúrgico, premisa que se cumplió al pie de la letra, pues murió en 2001, quince años después del procedimiento quirúrgico. Una de las recomendaciones que le habían dado era el evitar montar a caballo, pero eso equivalía como si le quitaran a un jugador de futbol sus piernas o a un guitarrista sus manos. Un día salió a montar a caballo, desobedeciendo las recomendaciones que le había generado el médico, y en el momento en que estaba saliendo de la pesebrera, sufrió un paro cardiaco fulminante cuando montaba su caballo. Murió en su salsa.
Otra de sus pasiones dentro del mundo animal fue el mundo de los gallos. Jorge tenía tres: giro, colorao y sarabio. Con estos ganó dinero hasta que le mataron los tres animales con trampa los hermanos Herrera, unos individuos de dudosa reputación en Cali. El señor Jorge pecó por apegado a las cosas porque infinidad de veces le habían ofrecido dinero por esos pollos que luego se los arrebataron con trampa cuando fue una noche a apostar dinero. Los Herrera les pusieron a sus aves en la punta de las espuelas un veneno que le decían “temblón”, lo que causó la muerte fulminante de las bestias de pelea de don Jorge. De la misma forma como ocurrió con el caballo, cuando vio junto a Marcos Vaca, su amigo, que sus tres criaturas habían perdido contra los seres de combate de los Herrera, se puso a llorar. Esta era una característica muy particular de él: la nobleza y el llorar cuando alguien le hacía algo malo o le sucedía algo negativo.
Arturo era una persona seria y callada, pero la gente que no lo conocían se llevaban una imagen diferente de su personalidad. Jorge en el fondo era vacilador, mamador de gallo, un hombre de vivir la vida, de montar a caballo, de beber cerveza, que nunca decía no a nada. Un día cuando se fue a tomar trago al municipio del Salado, junto con su animal de paso fino, la policía del pueblo lo metió preso a la estación con bestia y todo, porque si bien en ese momento estaba fastidioso, también era un personaje de la casa que estaba muy bien referenciado en el pueblo. Fue así como las autoridades municipales decidieron meterlo a un calabozo, con equino y todo, para cuidarle la borrachera que tenía. Su hijo menor, Ramiro, lo encontró al otro día cuando lo fue a buscar mientras preguntaba con los habitantes que residían en el territorio donde se encontraba.
Jorge Arturo en las fiestas de los municipios del Tolima
Una anécdota que demuestra la personalidad de Jorge y su filosofía de vida fue lo que sucedió con un carro que compró. Su afición a este medio de transporte lo llevó, en medio de una borrachera, a comprar uno a un señor que le decían “Tomasito”. El vehículo se caracterizaba por ser muy similar a los coches de Al Capone porque las puertas se abrían al revés. El sujeto que se lo vendió era un individuo que se dedicaba al transporte municipal de pasajeros, desde la ciudad de Ibagué hasta el municipio del Salado, con los tres autos que tenía. Cuando Jorge llegó a la casa borracho gritándole a su esposa por la nueva adquisición, la señora Nidia lo despachó con chiros, coche y todo para la calle. “Nidia le metió el regalo por la cola”, afirmó Henry Lozano, su hijo mayor.
Frente a todo lo relacionado a los aspectos físicos de Arturo, sus familiares allegados lo recuerdan por sus sombreros, que casi no permitían relucir su cabeza, y por el diente de oro que tuvo en algún momento de su vida. Dentro de los parientes que reflejan fielmente su imagen corporal se encuentra Jorge Eliécer, pues ver a este último es ver al señor Lozano en vida. Su tez morena la atribuyen a la descendencia indígena que algunos familiares relatan. Se especula que Abundio Lozano era quinto descendiente de la raza indígena pijao; el señor Jorge Arturo y sus hermanos son los sextos; sus hijos, Ramiro Lozano, Henry Lozano, Norma Lozano, Jorge Lozano Urueña y Jorge Lozano Arboleda son los séptimos; y la generación actual vendría siendo la octava descendencia.
Resulta paradójico que a través del mundo de los animales Jorge no solo pudo alimentar a sus hijos, pues le consiguió trabajo a su hija abogada. Fue por intercesión de Alberto Santofimio que Norma Lozano pudo ser alcaldesa del municipio de Laureles. En los encuentros de caballistas, Arturo conoció a este político y lo convenció para que le permitiera a la legista de los Lozano Arboleda ser la primera autoridad municipal. Santofimio era el político en esa época más importante del Tolima y uno de los personajes que tenía la mejor oratoria en el país. Después de que Alberto le consiguió el puesto como servidora pública a la mujer consentida de la familia, este quiso excluirla del cargo. Cuando él fue al territorio a declamar un discurso, no recibió la asistencia de los habitantes del pueblo esperada para un evento que él había programado con el fin de conseguir votantes. Los pobladores tenían miedo a salir por las represalias que la guerrilla de las FARC pudieran ejercer.
Jorge Arturo y Nidia Arboleda
De la misma forma a través de intercesión suya, su familia se pudo relacionar con los Patarroyo, de donde pertenece el reconocido científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo. Sus hijos tuvieron una muy buena relación con este linaje; Miguel Patarroyo, tío de Manuel Elkin Patarroyo, es padrino de Norma Lozano. Con estas personas, Jorge y sus hijos, salían de paseo en algunos de los buses Velotax y Rápido Tolima, pertenecientes a los Patarroyo. En esos paseos, Arturo practicaba la cacería, otro de sus hobbies que solo algunos de sus parientes alcanzaron a conocer. Un día el señor mayor de los Patarroyo y el señor Lozano estaban cazando, cuando de repente impactaron contra un águila. Henry Lozano, uno de los hijos de Jorge Arturo que los acompañaba en ese momento, salió a buscar el águila que habían impactado y esta le clavó las uñas en el brazo mientras agonizaba.
Los hijos de Henry, relatan que nunca vieron al abuelo de mal genio, sino por el contrario, era su esposa Nidia la única persona que los reprendía e imponía disciplina. Los nietos por órdenes estrictas de la esposa de Jorge debían estar acostados para dormir a las seis de la tarde, exceptuando los días sábados porque como un ritual sagrado, el matrimonio Lozano Arboleda no se perdían un solo capítulo de Sábados Felices (programa de la televisión colombiana). Arturo era padrino de uno de los comediantes del programa apodado “chumillo” (Jesús Emilio Vera Aragón) y algo que él hacía sagrado era sintonizar a los cuenta-chistes en un televisor blanco y negro, marca Charleston. En este electrodoméstico también sintonizaba los enfrentamientos de boxeo de Kid-Pambelé que tanto le gustaba ver al lado del mico Piel Roja que había domesticado y que tenía en la casa en el barrio El Hipódromo de Ibagué.
Una de sus últimas experiencias en vida que Jorge disfrutó más fue el viaje a Italia que realizó al lado de su hija y el esposo europeo que ella consiguió. Norma Lozano se enamoró de un italiano que venía a revisar las plantas de procesamiento de licor y juntos se fueron a vivir a Roma. Recorrieron en carro toda Italia, iniciando su travesía en Nápoles y terminando su viaje en la ciudad de Venecia. Una persona que apenas había podido visitar algunos pocos rincones de Colombia conoció al final de su vida una de los países más hermosos del planeta. Como un niño pequeño se le llevó por toda la península y no se le podía dejar solo porque cuando se le preguntaba en donde estaba ubicado, solo podía recordar el nombre de la ciudad en donde se encontraba. Murió en Ibagué y fue enterrado en este mismo lugar junto a su esposa y muy cerca a algunos de los parientes de Nidia Lozano. En el año 2022 se cumplen 21 años de su fallecimiento.
Jorge Arturo en la plaza San Marcos de Venecia