Un joven que no conoce límites
Nicolás Vargas es la prueba de que cuando se quiere, se puede. Fotógrafo, emprendedor y creador de contenido, su particular vida merece ser contada.
Perfil realizado para la clase de Introducción al lenguaje periodístico (tercer semestre, 2021-2), con la profesora Laila Abu Shihab.
Son las seis de la tarde en la ciudad de Bogotá y nos comemos un helado en el Centro Comercial Unicentro de Occidente, a unas cuadras de su casa. Para él, recordar las anécdotas de su infancia es muy fácil. Comenta, con un ademán de nostalgia entre frase y frase, que trabajar desde la niñez fue lo que detonó su faceta como empresario. “Me acostumbré a ganar plata desde chiquito, a comprarme mis propias cosas, entonces tener libertad financiera quedó resonando en mí”. La empresa de Nicolás, Wildtime Colombia, está en marcha desde 2017 y produce relojes, brazaletes y anillos.
A los dieciochos años creó un emprendimiento junto a uno de sus mejores amigos. Empezaron desde cero: ordenaron diez relojes con cien dólares, los vendieron y reinvirtieron la ganancia en más relojes. Repitieron esa dinámica durante todo el primer año. Nicolás afirma que Instagram fue fundamental para el crecimiento de la empresa. Y es que, como buen aficionado de la fotografía, armó su catálogo con fotos elaboradas, lo que le permitió obtener diez mil seguidores al cabo de doce meses.
Pero el proceso no ha sido todo color rosa. “Para lograr mis metas he tenido que sacrificar mi tiempo libre, salidas, experiencias con mis amigos y mi familia. También significó endeudarme desde muy joven para mantenerlo andando. Al principio, mi socio y yo trabajábamos sobre pérdidas. Pero también es gratificante que, a medida que pasan los años, todo el esfuerzo está dando sus frutos”. Wildtime tiene en la actualidad más de veinte mil seguidores en Instagram y una sala de exposición en la carrera 16 # 108-22 , en el norte de Bogotá.
También hace hincapié en que la buena relación con su familia ha sido fundamental tanto en su crecimiento personal como profesional. Las actividades favoritas de Nicolás son, en orden jerárquico, pasar tiempo con su familia, trabajar, cuidar a sus abuelos, hacer ejercicio, pasear a su perro, perderse en la naturaleza y enfiestarse de vez en cuando con sus amigos. Sigue siendo, después de todo, un muchacho de veintidós años.
Estudió Cine y Televisión en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Desde que estaba en el colegio supo que quería dedicarse a algo relacionado con las cámaras, en esa época se destacaba en las electivas de arte y fotografía. Además, como su papá es fotógrafo publicitario, lo acercó a ese mundo y le brindó herramientas para experimentar. “Tuve la fortuna de tener unos padres que me apoyaron en mi vocación, no todos tienen eso. Mi papá y yo compartimos oficio, sí, pero tenemos direcciones distintas, mi inclinación es más artística y se nota en mi trabajo. Yo hago contenido audiovisual y mi papá sólo se dedica a la fotografía publicitaria. A veces él es mi jefe porque me pasa trabajos que no sabe hacer, eso nos ha vuelto más unidos”.
Dice, con tono irónico, que lo que estudió poco tiene que ver con su emprendimiento, pero que la universidad le brindó muchas herramientas claves para su desarrollo personal. “Allí aprendí a trabajar en equipo, a delegar roles, a identificar en qué soy bueno y en qué no, a crear conexiones. A muchos de mis mejores amigos los conocí en la universidad. Pero soy consciente de que mi carrera también se puede aprender haciendo cursos independientes o por internet. La universidad para mí fue importante porque me permitió explotar ese lado humano”.
Los días de trabajo para él son bastante variados, dependen del proyecto de turno y de la fase en la que este se encuentre. A veces, dedica el día a hacer fotos, otros, edita. También emplea varias jornadas a estar pendiente de los procesos de producción y las ventas. Dice que, a pesar de estar ocupado todo el tiempo, nunca se aburre y eso le complace mucho. “A mí me gusta administrar mi tiempo, no cumplir un horario de oficina. Por ejemplo, a veces me salen rodajes para videos que duran varios días, y como también trabajo freelance, algunas marcas me llevan de viaje a hacer contenido para sus productos. Es muy agradable estar en constante movimiento”.
Para su trabajo como creador de contenido digital también tiene un estudio que armó en casa de sus abuelos, en el barrio Metrópolis. Es un espacio amplio, ubicado en el tercer piso, pintado de blanco y dotado de toda la parafernalia para hacer sesiones fotográficas. El último piso cuenta con una gran terraza en la que aprovecha la luz solar y de vez en cuando engaña al cansancio con un tinto. Allí hace, en su mayoría, trabajos para clientes por pedido o fotografía publicitaria para su marca.
Nicolás también ama contar historias. Su usuario en Instagram (Nicolescuenta) debe su nombre a su faceta como narrador.
Todo se remonta a 2016, cuando al salir del colegio viajó a Canadá para visitar a unos parientes que viven en Toronto. “Allá comencé a tomar fotos como loco, de los paisajes, de la gente, de todo lo que me parecía interesante y novedoso. Las compartía en Instagram con un escrito y a mis seguidores les gustaban, me dejaban bonitos mensajes y me pedían que siguiera. A mí me gusta mucho escribir, así comparto mi manera de ver el mundo, me desahogo. La fotografía que acompaña la publicación es otro texto que amplía lo que ya estoy contando en el escrito”.
Nicolás no se considera un influenciador. A pesar de tener más de cinco mil seguidores en Instagram, dice que su verdadera vocación es ser empresario.
Al tocar este tema, sus manos comienzan a moverse de manera ansiosa y en su voz se asoma un tono de desesperación. “El concepto que se tiene hoy en día de influenciador me parece banal, porque muchos no producen contenido que le aporte algo positivo a la sociedad. Hitler, en su época, también era un influenciador y ya sabemos cómo terminó eso”.
Cuando termina la frase, se queda en silencio un par de segundos, se muerde los labios y culmina la acción pasando las manos por su cabello, como si estuviese desarrollando la idea en su cabeza. “Cuando comencé a compartir contenido en redes sociales sí pensaba en convertirme en influenciador, quería que mi página fuese un espacio que invitase a la reflexión y que estuviese hecho de fotografías estéticas, que contaran algo. Pero después esa idea me dejó de fascinar, porque entendí que como empresario puedo ayudar más, puedo generar empleos directos”.
Los empleos que genera Wildtime Colombia dependen de la demanda, cuando las ventas van bien generan hasta ocho empleos, pero siempre tienen a tres trabajadores en planta ensamblando, empaquetando y ayudando en la galería. Además, su socio también gasta parte de su tiempo en mantener la empresa. “Hace poco contratamos a una mujer pensionada a la que por la edad ya no contrataban y vimos que su conocimiento podía servirnos mucho en la empresa, entonces la contratamos. Ella está muy feliz y a mí me llena poder ayudar de forma directa a alguien”. Uno de los principales propósitos de Nicolás es que la empresa siga creciendo para generar más empleos directos.
La historia de este joven también cuenta con matices oscuros. Desde pequeño lucha contra una enfermedad mental: un trastorno de ansiedad generalizada. Es abierto con el tema y no tiene problemas en compartirlo. Comenzó a sufrirlo desde muy niño, a partir de los ocho años. “Yo de chiquito tenía muchas mañas extrañísimas, movía la clavícula, no dejaba las manos quietas, me comía las uñas, mordía las camisetas. En mi adolescencia dejaron de ser mañas y se convirtieron en un modo de ser, era irritable, explosivo, hasta grosero. No lo podía controlar”. Algunos de estos patrones de comportamiento lo acompañan hoy, a veces se le nota inquieto, se muerde los labios y de vez en cuando juega con sus manos sin darse cuenta.
Fue a los diecinueve años cuando sus padres finalmente lo llevaron al psicólogo, donde lo remitieron a psiquiatría y fue diagnosticado con un trastorno de ansiedad generalizada. Luego vino el tratamiento con medicamentos. “El psiquiatra me recetó Dexapron, un antidepresivo y ansiolítico. Lo tomé por un tiempo, me ayudó, pero comencé a crear dependencia. Si no lo tomaba me daban náuseas, dolores de cabeza, vómitos, eran síntomas de abstinencia”.
Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, “en Colombia los trastornos de ansiedad son de mayor prevalencia que otros trastornos mentales. El 19,3% de la población entre 18-65 años reporta haber tenido alguna vez en la vida un trastorno de ansiedad”.
“Para mí fue fundamental un diagnóstico, un tratamiento. Lo que más me ayudó fueron las terapias con un psicólogo, incluso más que los fármacos. Él me dio muchos métodos para calmarme y luchar contra la enfermedad. En mi rutina debo incorporar ejercicio, comer sano y cuidar mis ambientes”, dice mientras sonríe y confiesa con orgullo que ya dejó los medicamentos, pues existen otros mecanismos -más orgánicos- para alcanzar el bienestar y los prefiere a las pastillas.
No obstante, su enfermedad regresó en 2020, con el inicio de la pandemia. “Cuando entramos en cuarentena perdí el control de mi mente, de mi cuerpo. Me acostaba a las cuatro de la mañana y me despertaba a las dos de la tarde, sentía que perdía el día. Comía por comer, dormía, pero no descansaba, mis niveles de estrés aumentaron exponencialmente. Entré en una especie de piloto automático”.
Piloto automático es el título de un video que publicó en Instagram en julio de 2020, donde cuenta los métodos holísticos, algo extremos, con los que decidió combatir el trastorno. Estos van desde bañarse en tinas de hielo, aguantar la respiración, tomar duchas frías y meditar, hasta levantarse a las seis de la mañana y escribir en un diario al finalizar la jornada.
“Duré como cinco meses cumpliéndolos a rajatabla, pero luego empecé a sentir que los hacía por obligación, no por gusto. Todavía me baño con agua fría, todavía me levanto a las seis de la mañana y continúo escribiendo al finalizar el día; esos sí logré incorporarlos a mi estilo de vida”. Cuando termina de hablar, hace una pausa y respira profundo. “Sufrir este trastorno es horrible, porque es una cuestión en la química de tu cerebro, pero también depende de cómo uno decida sobrellevarlo. Por ejemplo, la ansiedad es una energía adicional que te da tu cuerpo, yo la aprovecho para hacer ejercicio, para trabajar, me permite hacer varias tareas al mismo tiempo y ser más creativo. Es algo dentro de mí que puedo aprovechar”.
Así como a su salud mental, la pandemia también afectó las ventas de su empresa. Los primeros meses de 2020 tuvieron que parar la producción casi que por completo. Pero en junio, tras muchas reuniones con su socio, se dieron cuenta de que debían reinventarse. Cambiaron el nombre, logo, identidad de marca, página web y rediseñaron las colecciones. A mediados de agosto lanzaron su nueva campaña y como la oruga que se convierte en mariposa, lograron que las ventas de Wildtime subieran como nunca, y desde entonces se mantiene firme.
A Nicolás lo han contactado varias universidades para dar talleres sobre su experiencia como emprendedor y fotógrafo. Como buen contador de historias, le gusta conversar e intercambiar conocimiento. También considera que la honestidad es clave al hablar de emprendimiento, argumentando que emprender es un proceso arduo -sobre todo en Colombia, donde hay pocos incentivos- y que requiere de muchos sacrificios. No lo romantiza.
El futuro de este joven adulto está cargado de muchas metas. Se propone alcanzar la libertad financiera para dedicarse de lleno a contar historias, que es lo que más disfruta. Está haciendo cursos de marketing, de dibujo, de escritura y de cómo invertir en la bolsa; ser multifacético es uno de los rasgos más fuertes de su personalidad. Su empresa, Wildtime Colombia, ya es nacional y prevé que en 2022 se expandirá a nivel internacional. Nicolás dice con ímpetu que vino al planeta a dejar un legado y seguramente escucharemos más de él.