Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Calor con fragancia a gloria

Un reportaje de la temperatura y los escenarios que enfrenta el jinete con su siempre amigo, el caballo. Un relato en forma de homenaje.

Reportaje realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2021-2), con el profesor David Mayorga.

En Colombia, la tradición caballista ha estado muy presente en algunas regiones del país. Es así como a través de la perspectiva de cuatro expertos en el gremio equino se construye un relato de la temperatura a la que se puede sentir un ejemplar en distintos momentos, una explosión sensorial.

Si se revisa la historia, muchas veces el caballo fue quien hizo destacar al hombre, como, por ejemplo, en guerras y enfrentamientos, su relación se ha ido solidificando en algunas partes del mundo y en su mayoría en zonas rurales. Ahora no es algo superficial, la moneda dio la vuelta.

Dio un giro porque ahora es el hombre el que quiere exaltar al caballo, el trofeo y la felicitación es para él y no para su jinete, que, aunque tiene gran responsabilidad, no se desempeña en la dureza del trabajo. En todos los escenarios se destaca por su belleza y en este reportaje por su temperatura, que no es tibia ni neutra. Resalta por el calor, que desde su sangre transmite una vibra enorme en muchas plazas y escenarios.

Conoce a la perfección los potros que él ha montao’, y no hay nombre reservao’ que no esté en su colección. Habla con admiración de aquél que lo pudo andar, y recordando el lugar donde le tocó caer: dice que quiere volver si se lo vuelven a dar.

Giovanny López estaba un poco nervioso. Puso el pie izquierdo en el estribo y Luis, el palafrenero, le dijo: “Con la ayuda de Dios, hoy nos llevamos la cinta azul. Vos confíá, que vas en una máquina”. Hablaba de Monarca de Tres Potrillos, una yegua trotona que estaba entre las favoritas para la categoría mayores de 68 meses en el andar del trote y galope.

Agarró las riendas y las crines desde el suelo, como aferrándose a la victoria que aún no le concedían, ya con un pie más allá que acá. Las mariposas del estómago lo ayudaron a subirse, se ubicó y entonces sintió a su amiga, al animal, con su brío característico que la hacía tan atractiva en ferias y fiestas del oriente antioqueño. El corbatín acaloraba la garganta, le salía la voz ronca de los nervios y las piernas le sudaban bajo el pantalón de paño.

Había plaza llena en esa válida, no cabía un vendedor de aguardiente más, el corazón se le aceleró cuando escuchó al locutor decir “Se preparan en la pre-pista los ejemplares mayores a 68 meses en la categoría del trote y galope”, y el público soltó una ovación. Monarca estaba igual de emocionada que él, era demasiada adrenalina, ese día marcaba el paso con una cadencia que jamás se había visto, como si tuviera un rejo detrás. 

La postura de cabeza, la elevación de sus manos y de las posteriores en los giros se sentía como en una nube, una sensación indescriptible. Sentía su sangre correr, hirviendo, sus crines desprendían olor a cabello quemado, y su nariz resoplaba cual freno de ahogo en un tractocamión, no existía refrigerante ante tal situación. 

“Hace su ingreso a la pista con el número tres Monarca de Tres Potrillos; su color, zaino; su edad, 120 meses; su propietario, el criadero Tres Potrillos. Pasta en Girardota, Antioquia, es hija de Kain de mi Capricho en Iluminada de la Quimera. Con el número tres, Monarca de Tres Potrillos”.  Ya iban sobre el paso, el público aplaudía, gritaba, chiflaba, no había punto de comparación.

Mientras las yeguas se presentaban, se sentía en el coliseo, arriba del caballo, un aire con la temperatura alta, hacía sudar mucho la cabeza con el sombrero. Quien montó ese día puede dar fe de que los chalanes estaban chapetos del calor, el hecho de que la temperatura aumentara arriba del caballo les daba un peso, una responsabilidad a quienes salían de chalanes. 

“La yegua que en esta tarde se lleva la cinta azul es la yegua número tres”. Ese era el baño de calma que necesitaba, la temperatura cayó en picada, la cinta azul y el trofeo de gran campeona estaban fríos. Delirante el traspaso de calor que se vivió en un minuto. Salieron 15 yeguas en esa categoría, pólvora de la fina, cuando entraban a la tabla de resonancia botaban humo de las patas; ahí está el arte de la chalanería, ver las riendas tensas y las manos del jinete rojas del calor, su mentalidad confiada y un coliseo expectante.

“Es innegable la evolución de nuestra raza de caballos criollos colombianos en sus cuatro andares. Esta evolución ha generado una importante dinámica en todos los aspectos de la crianza, adiestramiento, manejo y juzgamiento de los mismos”, expuso Jorge H. Restrepo B., presidente de Fedequinas, en el reglamento de la misma organización. Las historias son infinitas en el mundo equino porque no es algo simple.

Se vive un proceso desde cuando se le va a poner el cabezal al caballo, de cuero, que se limpia con vaselina hasta que alcance una temperatura alta y brille, luego está el herraje: cuando la herradura se tiene que moldear para que ningún detalle quede sin subsanar y no se escape una competencia por cosas mínimas; se calienta, adopta un color rojo, furioso e intocable que pierde, pues es maleable y va a donde se le ordena. 

“Un caballo tiene que tener energía, un caballo desbriado, como decía el suegro mío, es un caballo sinvergüenza”, dice Luis Ochoa García. La misma energía que se convierte en movimiento, en repeticiones, en calor, el mismo que da la yegua recién parida su potro, que hace que cuando se cuerdea la cría no se quiera despegar de su madre. Es el soplido cálido del que sabe que los caballos reconocen y establecen relaciones por el olfato, lo ve y antes de gritarlo y exigirlo le acaricia la frente y le sopla los ollares despacio. Sirve el calor para transmitir paz y serenidad al ejemplar. 

Alberto Arango Gómez, un apasionado a los caballos desde muy pequeño, nunca aprendió a herrar a pesar de que, desde niño, desfilaba entre montadores, palafreneros, jueces de competencia y propietarios de criaderos. El negocio sigue en pie por el amor. Le da tranquilidad el nudo de corbata que él le hace a la silla, que por la fricción de la correa se calienta. “Sentir o ver un caballo en un empedrado, en una carretera pavimentada, eso es una maravilla”.

“El caballo criollo colombiano y su calor ha permitido que nuestro país sea visto, además de sus atractivos turísticos, por el profesionalismo de la amplia cantidad de criaderos de prestigio que proyectan a esta raza equina como una industria”. Sin comparación en el mundo, así se defiende una de las organizaciones más importantes en el gremio equino colombiano, Asocaba.

No hay excepciones, se siente el calor en el paso fino, en la trocha, en la trocha y galope y en el trote y el galope, los zamarros que, además de elegancia para el jinete, le brindan un abrazo y confort al animal para recordarle un poco del símbolo maternal por el que pasó algún tiempo antes de que se destetara.

“Acá hay una ley, que todos la sabemos: sabemos que madrugamos, sabemos que empezamos muy temprano en horas de la madrugada, pero como es en los caballos, en cualquier criadero, no sabe uno a la hora que sale”, dice Arturo Castro, criador y chalán profesional. Y entonces empiezan a trabajar con la fría madrugada cuando la neblina está aún saliendo de entre los pastos y el anca del caballo se ve sombreada por la posición del sol que se muestra tímido de momento. 

Giovanni, Luis, Alberto y Arturo saben que no es necesario usar chaqueta, fumar o beber para calentarse, sentirán el alma siempre noble y dispuesta del caballo, con eso les bastará para sentirse satisfechos con su labor. Se deleitan quitando una herradura caliente por su fricción con el pavimento, la alfombra y la silla untadas con el resultado de la energía, del calor: el sudor del animal. Disfrutan marcando a su siempre mejor amigo con un hierro caliente que no hará más que volverlo parte de la familia. Ellos tienen en común la pasión por los equinos que corre por su sangre caliente, igual que la del caballo brioso desfilando por la tabla de resonancia en una competencia nacional