Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Tierra de hombres para hombres sin tierra

San José del Guaviare dejó atrás la época de la violencia, por lo que tiene otros asuntos más prometedores para contar su historia.

Reportaje realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2021-1), con el profesor David Mayorga.

En el imaginario social de los colombianos, San José del Guaviare es conocido por la época de la violencia. Se asume que su historia se resume en las guerrillas. Una ciudad en donde la verdadera historia está en la convergencia de sus habitantes. Indígenas y colonos son hijos del río Guaviare y su cultura es la verdadera historia por contar.

Durante la época de la colonización del Guaviare, el gobierno empezó a desarrollar proyectos en la región. Uno de ellos fue “Tierra de hombres para hombres sin tierra”, donde el maíz fue el protagonista. Posteriormente llegó el auge del Caucho y la explotación de los indígenas, quienes eran sacados de sus viviendas para salir a recolectar caucho.

Hoy en día, paisajes con puestas de sol, campos verdes y animales acompañan las postales que San José y el Guaviare brindan a fotógrafos y artistas que quieren inmortalizar en una obra el escenario natural que se vive en esta región. En esta población convergen indígenas, colonos y una nueva generación de personas que son oriundas de la ciudad.

Casi son las 7 de la noche, el sonido de las motos hace eco en todas las cuadras. El río Guaviare se extiende por el costado occidental de la ciudad, como una brazada de protección que arropa a los habitantes. Calles oscuras, quizá uno o dos postes de luz cada tres cuadras, la tenue realidad del momento es saturada por un incandescente rayo de luz que sale desde un local de la zona, un parasol acompañado por cuatro columnas son la primera imagen de ese sitio. Al acercarse un letrero de la marca Águila es acompañado del nombre del establecimiento: “Maíz – Maíz”. Tres columnas de 10 canastas de cerveza hacen parte de la escenografía del lugar, botellas vacías dentro de las canastas y un murmullo indescifrable por la cantidad de charlas que convergen en ese momento.

Un hombre de tez trigueña, ojos achinados, cabello negro y liso, nariz achatada y un machete que cuelga de su cintura, acostado en el suelo duerme sin importar lo que sucede a su alrededor, no se inmuta ante el ensordecedor ruido de la música acompañado del grito de los contertulios. El indígena, el trabajador, es quien se encuentra acostado en ese sitio, su vida, alejada de todos los valores y tradiciones de sus antepasados, ahora se ha permeado con la lujuria del blanco, más específicamente del colono. No es ahora un secreto a voces, no es más un rumor, la actualidad ha transformado la idiosincrasia del indígena de esta región, cada vez menos arraigado a su pasado e inmerso en el pecado. De ahí es habitual escuchar entre los pobladores de San José del Guaviare una frase que comprende en su quintaesencia esta realidad: “Cuando el indio probó la sal su nariz sangró”.

“Acá el indígena ya no es el mismo de antes, conocieron la vida de los excesos, el dinero y las actividades nocturnas y ahora se dedican a trabajar para tener la plata suficiente cada viernes para quedar así, completamente borrachos y prácticamente irreconocibles”. Así se refiere Diego Duke, oriundo de San José, cuando le preguntan acerca de por qué el indígena se encuentra en ese estado. El Indígena vive cerca al casco urbano de la ciudad, en el pasado quedaron las distancias incalculables para acceder a la cultura indígena de la zona, los Nukak son el grupo étnico más representativo de la región, sus costumbres y tradiciones cada vez son menos marcadas, a pesar de eso, mantienen juicios y cabildos propios de su jurisdicción.

Conquistar la Amazonía

“En el gobierno de Pastrana todo el mundo se concentró en su capital, San José, porque todo mundo venía desplazado de cualquier parte, departamento y todo mundo llegaba a San José, la capital los acogía. Mis papás llegaron de Santander, más o menos en la época de la violencia, hacia los cincuentas o sesentas, precisamente porque había un desplazamiento masivo en todo el país”, cuenta Saúl Galeano, oriundo de San José del Guaviare e hijo de padres colonos quienes fueron los primeros habitantes de San José.

“Aquí no debería haber nadie, esto debería ser todavía Amazonía, sin raza humana, solamente por ahí los Nukak. Pero el gobierno, en la época de la violencia, fue trayendo fuerza pública al Guaviare. Entonces construyeron el aeropuerto y la primer base militar”.

Al día de hoy, el centro cultural es uno de los sitios más apetecidos por los habitantes de San José. Allí los jóvenes se dan cita para practicar distintas muestras artísticas y en medio de baile y música corren a buscar algo para merendar en la cafetería del centro cultural. Una particular estructura en forma de barco se levanta al fondo del lugar, como si se tratase de una embarcación que esta apunto de zarpar, en ese barco se encuentra la cafetería, todo parece un juego de niños. Ese barco no siempre fue la cafetería, aquella estructura nació como la primera base militar de San José del Guaviare.

“En aquella época estábamos en la guerra contra el Perú y entonces para el gobierno fue un triunfo entrar al Guaviare y empezar a ejercer soberanía desde allí. El gobierno traía a la gente del interior del país y les decía: ¿Usted se quiere ir pa’l Guaviare? Entonces esas familias, con sus hijos, venían y las soltaban a la orilla del rio y en el aeropuerto, como animalitos”. Esa fue la forma en que el departamento del Guaviare comenzó a poblarse de manera masiva.

“Llegaban a coger tierra, a trabajarla y a sembrar maíz. Empezó la cultura del trueque y las personas se empezaron a ir para todo lado, a poblar cada vez más el departamento”

Quien camina un día como hoy en el centro de San José, encontrará varios negocios cuyo nombre estará relacionado con el maíz, como la cantina donde se encontraba el indígena, y da cuenta de la importancia que este cultivo ha tenido para la región. 

“Yo llegué hace más de cincuenta años, cuando eso acá era pura montaña y sabana, no había nada de lo que hay ahora. Yo soy Tucano y llegué por la frontera desde Brasil y entonces nos asentamos acá. Salíamos a pescar cantidad de pescados en los ríos, pero empezó a llegar otra gente y eso ya no hay que pescar”. Así se refiere Lima Diaz quien tiene a su cargo nueve familias indígenas en la ciudad, cuando habla de como era el Guaviare antes de los programas de colonización impulsados por el gobierno (mencionado al inicio de este reportaje).

La época de la violencia

“Nosotros perdimos un hijo por la llegada de esa gente, ellos nos hicieron daño porque nosotros no podíamos sembrar cosas ni nada. Teníamos que hacer lo que ellos mandaban…Ellos subían todas las noches para acá y a nosotros nos tocaba hacer una hilera ahí sentados esperando lo que nos dijeran. Por ejemplo, nosotros teníamos una tierrita más abajo y vendíamos unas cervecitas, arrocito, sal y jabón, nos tocaba darles mil quinientos pesos todos los meses”, recuerda Lima la llegada de las guerrillas a San José, de forma contemporánea con su asentamiento en el Guaviare.

 “A nosotros nos dijeron que teníamos que hacer un hueco, más o menos de metro y medio, ahí metimos colchones y tablas porque cuando empezaban a dar tiros lo único que nos podía salvar era tirarnos en esa vaina”, Lima relata como era vivir al margen de un tiroteo, de las amenazas y de salir de lo que eran sus tierras.

En un comedor al aire libre, cubierto por un techo de paja y con suelo de concreto, Lima se sienta para atender a sus visitas. Es de noche y bombillos de luz amarilla iluminan de manera parcial el salón, la esposa de Lima se limita a escuchar las palabras de él, mientras teje sentada a dos metros del comedor. Palma de cumare es el material predilecto para las artesanías que son elaboradas por estas comunidades indígenas. La esposa de Lima se muestra tímida con las personas extrañas que llegan a su hogar, solo saluda y no despega la mirada de su tejido, poco a poco se le notan unas ganas incontrolables que comienzan a apoderarse de la timidez y de un momento a otro irrumpe en el relato de Lima:

“Ellos molestaban mucho…yo tuve un hijo que estudiaba en el Santander, en la nocturna. La guerrilla cruzaba por aquí y cuando el salía del colegio, ellos le seguían a él y un día lo acompañaron hasta acá. Un día me dijo que dos muchachas lo habían invitado a acompañarlas. Él me ayudaba con la matemática porque a mí me quedaba difícil. Un día venía del colegio y dos muchachas en moto le entregaron un papel, él llegó acá y se sentó a leer ese papel…y se puso a llorar… yo le pregunté: ‘¿Hijo que le pasa?’. Me dijo: ‘Mamá mire’. Ahí en la carta le decían  que fuera a un hotel, que fuera y que no nos dijera nada, que saliera callado si quería vivir y que le iba a ir muy bien porque a nosotros nos iban a dar una vivienda y él nos pasaría mucha plata”.

Ella dice que habló con su esposo y que yo no lo dejaron ir. “No sabíamos que hacer, no sabíamos que iba a pasar esta noche. Cogimos una escopeta vieja, mandamos a dormir a todos y esperábamos que no pasara nada, al hijo lo mandamos a esconder por allá al centro y luego lo mandamos para Villavicencio. No volvieron a molestar y yo le comenté al monseñor de acá, que eran del séptimo frente que nos molestaban. El padre nos dijo que mandáramos a traer al hijo y que él se encargaba de hablar con la guerrilla. El muchacho regresó y a los dos años se fue a prestar servicio militar…”.

La esposa de Lima empieza a respirar profundo y mira hacia el cielo para recuperar fuerzas para continuar su relato, las lágrimas inundan sus mejillas y un nudo le impide hablar. El silencio invade el sitio y después de un minuto ella continua: “se fue a prestar el servicio y en un combate mataron a siete muchachos, uno de ellos era mi hijo”.

No solo los indígenas sufrieron las atrocidades de la violencia en San José y en el Guaviare, Saúl también vivió cómo las guerrillas comenzaron a entrar en la región y recuerda lo siguiente:

“Con el negocio del caucho y las pieles llegó la marihuana; pegadito a eso, la coca. La gente empezó a dejar de sembrar maíz y se dieron cuenta de que la coca era mejor negocio, era una manera de hacer negocio y fácil. La guerrilla empezó a aparecer con pistolas y revólver, nada más, eran tres o cuatro por ahí los que andaban. Lo más fuerte empezó cuando se metieron al tema del narcotráfico, se dedicaron a hacer dinero”. Saúl cuenta que entonces, como los que compraban eran los capos del narcotráfico, la guerrilla empezó a armarse para competir con los narcos y vino el auge de las autodefensas, en el que la población civil quedó en medio. “Esa fue la guerra real acá, tener el control del río y empezar a volverse más fuertes militarmente para ganar en el negocio del narcotráfico. Sobre el río Ariari y el Guayabero se fundó la guerrilla en esta zona y ahí fue donde se hizo importante el control de esos afluentes y los municipios que se fundaron cerca a esos ríos, los fundó la misma guerrilla”.

Saúl vivió cómo la guerra fue desplazando a colonos y a indígenas de su propio territorio, no sería descabellado pensar en que en algún punto de la historia unirían fuerzas para intentar acabar con los hostigamientos de la guerrilla, Saúl continua su relato:

“Aquí a San José, a pesar de todo lo que tocó vivir, quienes trajeron el desarrollo fueron ellos, la guerrilla. Por acá no se veía ni una sola pavimentada, pero ellos necesitaban eso para poder seguir con el negocio, eso sí, con todo esto ellos perdieron su causa”.

Colonos, Indígenas y Gobierno

Al entrar al departamento del Guaviare en un día como hoy implica ver cierta cantidad de militares en las vías principales, saber de la existencia de una estación de policía en cada corregimiento, es decir, la presencia del Gobierno es la misma que en Cundinamarca o Antioquia, el control de las autoridades es una realidad para esta zona del país.

Saúl sabe que esa presencia del Estado no siempre fue así y cuenta cómo se vivía antes:

“Apenas hace veinticinco años, en el sector de Capricho, eso era solo selva. Pero empezaron las actividades de ganadería y bueno todo eso empezó a desaparecer, se comieron mil, dos mil y hasta doscientas mil hectáreas.  Como no había regulación ni nada, eso la gente tumbaba y tumbaba, el que se metía por allá era a su suerte, literalmente tocaba domar la selva y por eso el Gobierno no entraba por allá”.

Frondosos paisajes se ven hoy en la región. ¿Quién es el dueño de esas grandes extensiones de tierra? ¿Cómo mantener esa cantidad de espacio? ¿Cuánto podrá costar un trozo de esos valles y sabanas?

Continuando con el presente, el problema -dice Saúl- es el siguiente:

“Resulta que acá hay gente que ha trabajado la tierra por muchos años, y entonces hoy llega el gobierno y reclama esas tierras, porque nunca hubo escrituras, todo el mundo cogía su pedacito, lo cercaba y ahí vivían por generaciones. Ahora el gobierno va y reclama eso, que ya está trabajado, que ya produce y a esa gente le toca irse…no importa si es colono o indígena a ellos les importa volver a tener es la tierra”.

Ese conflicto con la tierra no es algo nuevo e incluso en la antigüedad los enfrentamientos fueron entre comunidades indígenas y familias de colonos.

Lima recuerda que sus preocupaciones no eran solo con las guerrillas y da cuenta de aquel suceso:

“El terreno donde ahora es el pueblo, ahí íbamos nosotros a conseguir pepas y semillas para hacer nuestros cultivos, pero con la llegada de tanto colono eso no ya no se puede hacer…hacia el noventa y cuatro, había un terreno que los colonos nos quitaron de noche, había un cura que nos apoyaba a nosotros, pero igual nos quitaron mucho territorio, ahora para recuperar eso toca pagarles, pero eso vale mucho dinero y no tenemos”.

Los enfrentamientos entre estos dos grupos han disminuido mucho en la actualidad, pero aún se presentan inconvenientes. En medio de risas Saúl cuenta un hecho de hace pocos días: “hace poquito en otra finca había un poco de gallinas, y los dueños se empezaron a dar cuenta que se les perdía de a una o de a dos y luego ya habían perdido la mitad de las que tenían. Entonces luego se dieron cuenta que un grupo de indígenas eran los que se estaban metiendo y se sacaban las gallinas, ya uno no puede tener esos animales por acá por que eso se lo llevan ellos”.

Lima también recuerda con tranquilidad ese tipo de inconvenientes: “nosotros también tenemos unas yuqueras por ahí y ellos se meten, no importa que eso este cercado”.

El nuevo San José

En esta población convergen indígenas, colonos y una nueva generación de personas que son oriundas de la ciudad. Una estación de policía, un centro cultural, oficinas del gobierno, colegios, hoteles.

Pasaría por la cabeza de cualquier visitante de la ciudad: ¿dónde quedaron las costumbres de los indígenas? La respuesta a esta pregunta la tiene Lima: “nosotros somos católicos porque ellos fueron los que nos enseñaron muchas cosas cuando llegamos acá. Los colonos nos enseñaron a trabajar y de ahí que nosotros ahora pensemos de manera más civilizada, ahora somos amigos de ellos, aunque se presenten esos pequeños problemas de los animales”.

Es de noche y Diego Duke acompaña a algunos turistas a recorrer la ciudad, los lleva al puerto, una estructura metálica y amarilla en la que reposan pequeñas embarcaciones. Ahí y admirando la inmensidad del río Guaviare, recuerda lo que le contaron algún día sus padres: “Por este río comenzó todo, era la principal fuente de comunicación de esta región con el mundo, con la civilización, las voladoras pasaban llevando insumos al Guainía y por aquí salíamos nosotros hacia otras ciudades”.

Como en cualquier calle de otra ciudad, hay una calle dedicada a la prostitución. Diego se detiene y dice: “lo más increíble es que uno allá adentro encuentra mucho indígena, por eso aquí se dice que cuando el indio probo la sal, su nariz sangró”.

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