Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Movilización estudiantil: la regeneración de Latinoamérica

América Latina pensante como un fruto de las marchas estudiantiles y su papel nuclear en el pronunciamiento del pueblo sobre lo que le pertenece.

Trabajo realizado durante la semana de inducción (2021-1, primer semestre), con el profesor Samuel Castillo.

El ser humano es una especie nómada, un caminante por naturaleza, un mutante progresivo que se desmorona con el tiempo para luego volver a emerger, por centésima o milésima vez, en una versión diferente. Somos un ser repetitivo, de procesos, cíclico e inflexible, nos movemos por necesidad, despertándonos cada tanto para alzar la voz por un tiempo y luego volver a dormir. Y si me pidieran una imagen precisa para describir la constante y eterna ebullición de la sociedad, yo, desafiando la física y la realidad, los invitaría a imaginar una cuerda circular siendo atacada por un fogonazo repentino que luego se consume, solo y tan solo con el ánimo de retomar su fragor más adelante.

Foto de Jesús David Soto Gámez.

¿Cómo le llamo a esa flama? Juventud, cruda, espesa, masiva y, lo más importante: juventud consciente.

El nacimiento de la movilización estudiantil es justamente un golpe de realidad, de albedrío, y contrario a lo que muchos piensan, está lejos de ser un acto cívico ignorante. A ésta le debemos la democratización del entorno universitario y, partiendo de ahí, también la evolución de una sociedad hundida en los parámetros sesgados de la superstición religiosa, hacia la pensante que somos ahora. El Grito de Córdoba de 1918, en Argentina, se considera el primer movimiento estudiantil que sembró un precedente en la educación superior Latinoamericana, enfrentándose para ese entonces a una cultura católica fuertemente arraigada tanto en el gobierno y las familias, como en los mismos jóvenes. Tal fue el impacto y el despertar que produjeron los reformistas de Córdoba, que el mismo presidente argentino, Hipólito Yrigoyen, intervino a su favor en el campus para modificar los estatutos que los regían, por unos científicos.

“La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa”.  –Manifiesto liminar, 21 de junio de 1918.

Foto de Paola Estefanía Ballén Díaz.

La trascendencia de los estudiantes en los levantamientos cívicos se consolidó bajo la opresión de los estados dictatoriales en Latinoamérica y la oleada de regímenes militares que, rondando los años sesenta y setenta, le siguieron a ésta. En Colombia las secuelas del Grito de Córdoba se estaban sintiendo casi siete décadas después con el movimiento estudiantil de 1971 “por una educación nacional, científica y de masas”, el primero en reunir a universidades públicas, privadas, y contar con el apoyo de gremios sindicales.

Someter la historia del surgimiento estudiantil como un actor indispensable de la libertad, la democracia y el sentido de pertenencia que las sociedades latinoamericanas acogieron a través del tiempo desde el siglo XX, a unos meros párrafos, es una bofetada a su enorme significado. Entonces, al menos me limito a entenderlo como lo que es en esencia: una base latinoamericana ante las crisis políticas y económicas que la deuda externa con el extranjero le había dejado a nuestro continente, un comportamiento fundacional que implicó la supervivencia de nuestro pensamiento y cultura.

Si, al día de hoy, habiendo logrado una suerte de “educación masiva y accesible”, la movilización estudiantil es un impulso clave para el empoderamiento de la mayoría y la minoría colombiana, porque es el reflejo vivo y aún esperanzado del agotamiento de la inmensa clase trabajadora, la unión de la identidad colombiana, la insistencia tardía de los adolescentes que dejó la guerra de los setenta, ochenta y noventa que empezaron todo esto. Y va por más, siempre lo hará, porque cada generación de estudiantes será el renacimiento incansable de las ansias de cambio, el ímpetu y la valentía necesarias para trascender; un nuevo intento.