Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Mis marcas violeta

La historia de una madre y una hija que han vivido la violencia de género como si tratara de una herencia a la que no pueden renunciar.

Reportaje realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2020-2), con el profesor David Mayorga.

La violencia de género es un problema que afecta a muchas personas en Colombia, Carmenza y Ángela son muestra de esto, la historia de una madre y una hija que vivieron esta realidad como si fuera una herencia familiar.

Carmenza [1] decidió tomar la decisión de irse a vivir con su gran amor, Roberto, cuando apenas tenía 20 años de edad, poco a poco se fue alejando de su familia y de sus amigos porque su relación con Roberto parecía ser algo conflictiva. Meses después de comenzar esta nueva vida, Carmenza dio a luz a un varón, su primer hijo, Tomás. Desde el nacimiento de Tomás, Carmenza dejó su trabajo en una importante empresa textilera de Colombia para dedicarse a su familia.

Roberto tenía otra familia aparte y Carmenza lo sabía. Eran constantes las infidelidades por parte de él hacia Carmenza pero a ella no le importaba. Posteriormente, Carmenza tuvo dos hijos más con Roberto: Camilo y Ángela, entonces Roberto tenía seis hijos, tres con Carmenza y tres en su otra familia.

Tiempo después, los celos incontrolables de Roberto comenzaron a ser el martirio de Carmenza, ella no podía vestirse de cierta manera y no podía usar maquillaje de colores específicos. Luego de esta violencia psicológica llegó la violencia física, Carmenza comenzó a ser agredida constantemente por Roberto. Bofetadas, puños y jalones que dejaban el rostro y el cuerpo de Carmenza con marcas de tonalidad violeta y roja (por la sangre), el maltrato fue constante y sus hijos lo presenciaban. En cierto punto Tomás sintió repudio por su padre, esta violencia también se veía reflejada en Camilo, que junto a su hermano mayor jugaban violentamente y los golpes primaban, según un estudio de la Universidad del Norte de Colombia el juicio moral de los niños se desarrolla entre los 7 y los 12 años, razón por la cual ellos tenían este tipo de comportamientos y juicios hacia su padre.

Pasaron los años y Tomás, Camilo y Ángela crecieron viendo cómo la violencia física en cierto punto dejó de existir, pero en la relación de sus padres aún permanecía la violencia psicológica. Tomás y Camilo tuvieron parejas que sufrieron de maltrato por parte de ambos, esto se explica según la psicóloga Catherine Ardila porque una de las formas de aprender del ser humano es la imitación, desde los gestos, las palabras e incluso las acciones, por lo tanto, como ambos crecieron en un entorno donde se normalizó la violencia, Tomás y Camilo aprendieron de los comportamientos de su padre, asimismo, generalmente las personas que crecen en un ambiente de violencia de género terminan estando con personas de personalidad sumisa, que fue lo que sucedió con Tomás y Camilo.

Por su parte, Ángela inició una relación con un joven llamado Mateo. El noviazgo en un principio era de ensueño, lleno de amor y felicidad por donde se le mirara, pero tiempo después Mateo comenzó a tener patrones de conducta similares a los de Roberto, cargado de celos enfermizos, y llegó al punto de prohibirle a Ángela usar faldas y vestidos. Ángela estudiaba psicología y cuando ingresó a la universidad solo podía utilizar un uniforme para que Mateo no se enojara y no pensara cualquier cosa que pudiera crear un conflicto entre ellos dos.

Al comienzo fueron las prohibiciones y los tratos con malas palabras, pero luego llegaron los golpes, Ángela se vio sumida en la misma situación que su mamá, ella asegura que en algún momento culpó a sus papás por lo que vivió: “yo crecí en ese ambiente y culpaba mucho a mi papá por eso y a mi mamá de cierta manera, yo le tenía mucho rencor y llegué a decírselo, pero también entendí que depende de una salir de esta violencia buscando herramientas para no seguir permeándola e igualmente para que futuras generaciones no sigan enmarcándose en esta situación.”

Mateo no solo la agredía físicamente sino que también la humillaba en lugares públicos y eran constantes las peleas entre ambos. Ángela tenía golpes en su cuerpo y las mismas marcas de color violeta que su madre había tenido en algún momento. La relación duró alrededor de dos años, hasta el momento en que Ángela se dispuso a no sufrir más. Hubo dos hechos que hicieron que ella tomara la decisión de abandonar a Mateo: el primero fue que debido a los golpes Ángela tuvo un aborto por desprendimiento del feto, es decir, Mateo pudo ser el causante. Y el segundo fue la humillación pública por parte de Mateo hacia Ángela, él la empujó en una calle y ella casi fue atropellada, si el conductor no hubiera logrado desviarse Ángela no hubiera podido contar la historia, desde ese momento ella supo que no podía seguir con Mateo porque podía llegar a terminar incluso muerta.

Actualmente Ángela está terminando su carrera y trabaja con el ICBF aportando en líneas de apoyo para personas vulnerables, ya no es la misma mujer de antes que pensaba que un golpe era el significado de amor, ahora se describe como una mujer empoderada que hace parte de un grupo para formarse como feminista y ser un ejemplo para mujeres que sufren de violencia. Mientras que Carmenza sigue viviendo con Roberto, quien ya cambió su forma de ser y no ha vuelto a agredirla desde hace mucho tiempo, aunque para ella el temor sigue latente, cuando a Roberto le disgusta algo a veces sube el tono de su voz y la trata con malas palabras, lo que produce cierto temor en Carmenza, pero ya no es el mismo que vivió hace unos años.

Casos como los de Ángela y Carmenza son parte de la realidad de Colombia, según Medicina Legal durante los cinco meses que ha durado la cuarentena, 43 mujeres han sufrido de violencia por parte de sus parejas en todo el país, lo que es preocupante pues este tipo de tratos a las mujeres puede llegar a tener consecuencias para sus vidas; de acuerdo con el libro de la investigadora española  Ana Carcedo en colaboración con la socióloga costarricense Montserrat Sagot, La ruta crítica de las mujeres afectadas por la violencia intrafamiliar en América Latina (publicado en el 2000), aparte de hematomas, fracturas, heridas, pérdida de la audición y demás consecuencias físicas, las mujeres que sufren de violencia de género pueden padecer de patologías psicológicas como estrés crónico, baja autoestima, depresiones, fobias y trastornos sexuales.

Las marcas violetas se desvanecen como la autoestima de las personas que han sufrido de este tipo de violencia, pero las marcas que quedan para siempre son los recuerdos de épocas grises y oscuras, Ángela ya no tiene ningún rastro violeta en su cuerpo, pero en su mente siempre está el recuerdo de ella frente al espejo con el labio roto, el ojo morado y las lágrimas que corrían por sus mejillas. Ninguna mujer merece vivir lo que Ángela vivió, las marcas se borran, los recuerdos no.

[1] Los nombres de todos los personajes han sido cambiados por petición de las fuentes.


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